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Un Otelo español y un valentón granadino: dos comedias a contracorriente de Fernando de Zárate = Antonio Enríquez Gómez
La obra del mercader y escritor Antonio Enríquez Gómez (1600-1663), figura tal vez postergada por su condición de converso y de exiliado, es objeto de una verdadera recuperación, manifestándose en un creciente número de estudios. Si bien en muchas publicaciones la biografía religiosa del autor parece ser la primera orientación para el análisis de su producción literaria, también destacan estudios que se centran en las cualidades estéticas y en la contribución de Enríquez Gómez a la historia literaria española, particularmente la del teatro.
De hecho, el autor conquense fue el cuarto dramaturgo más popular entre los discípulos de Lope de Vega, superado sólo por Calderón de la Barca, Moreto y Matos Fragoso. Una particularidad del teatro de nuestro autor es la división entre obras firmadas por su nombre de pila y otras escritas bajo un alias adoptado, el de (don) Fernando de Zárate. Este alias o seudónimo corresponde a la vuelta clandestina del autor a su patria después de vivir más de diez años en Francia, donde publicó algunas obras muy críticas de la Inquisición española. Al volver a España en 1648, Enríquez se hizo pasar por Fernando de Zárate para eludir una inminente detención por ministros de la Inquisición.
Durante más de diez años, Zárate/Enríquez vivía algo apartado y muy modestamente en Sevilla. Sus aspiraciones comerciales, de recuperar unos préstamos y rehacer su negocio, fracasaron y sin duda fue por esto que ese Fernando de Zárate escribía una comedia tras otra con las que lograba, aunque apenas, mantenerse. Este Zárate era conocido como dramaturgo de éxito, de cuya pluma salieron muchas obras de gran devoción, como El capellán de la Virgen, San Ildefonso, La conversión de Santa María Magdalena, La escala de la Gracia, El médico pintor San Lucas y otras. Tan exitosa fue la estrategia del seudónimo y de la identidad cristianovieja que Zárate pasaría a la historiografía literaria como autor hipercatólico, no identificado con Antonio Enríquez Gómez – hasta que el hispanista francés Israel Révah demostró de una vez para todas que Zárate y Enríquez eran una y la misma persona. Révah informó de cómo la Inquisición encontró la pista de Enríquez Gómez en la obra de Zárate y finalmente detuvo al autor en 1661. El mismo moriría de enfermedad en la cárcel inquisitorial dos años después, posteriormente siendo reconciliado con la fe católica.
Hay buenas razones para estudiar el teatro de Enríquez Gómez/Zárate. En primer lugar porque conocer su producción ayuda a entender el éxito que tuvieron sus obras en los teatros españoles durante los siglos XVII y XVIII. En segundo, porque su teatro bíblico ha sido entendido como una manifestación de la identidad conversa, para no decir judaizante, del autor. Hoy día, sabemos que los asuntos del Antiguo Testamento no fueron ni mucho menos un dominio exclusivo de escritores de ascendencia judía, como sugerían en ocasiones los censores católicos o lo afirmaba todavía Menéndez Pelayo. Los mejores genios, Lope de Vega, Calderón y Tirso nos dejaron dramas bíblicos de gran belleza. En los estudios dedicados al drama bíblico de Enríquez Gómez se detecta, con todo, un sentido de orgullosos vínculos con el pasado del pueblo hebreo, con posibles elementos de desafío. Las obras de Zárate, aunque desiguales, merecen mayor atención para determinar si obedecen a estrategias de acomodarse al gusto del público o si, en ellas también, se detectan elementos de crítica.
En esta contribución quiero detenerme en dos comedias insólitas de Antonio Enríquez Gómez, correspondiendo con su período en Sevilla bajo la identidad de Fernando de Zárat: Las misas de San Vicente Ferrer (ms. de1661, posiblemente escrita antes) y El valiente campuzano (publicada por primera vez en 1660). En la primera, nos introduce a un personaje negro, caracterizado por parte de la crítica como el “Otelo español”, y como un posible trasunto de la condición judeoconversa del autor; en la segunda obra, aparece un héroe cristiano-viejo, ‘el Campuzano’ cínico, delincuente y crudo en oposición a un personaje morisco que supuestamente gana la simpatía del público.
Las misas de San Vicente Ferrer es obra de trama compleja, como refundición de la novela El mayor prodigio y caso exemplar, origen de las misas de San Vicente Ferrer del valenciano Francisco Redón (1634). En ella, el que aparece como protagonista inicial, don Bartolomé de Aguilar tiene que huir de su ciudad natal, Valencia, tras haber matado a un cómplice de un intruso en su casa. En sus peripecias salva la vida de un moro malherido, Muley. Este personaje, un africano, sucesivamente cautivo de españoles, discípulo bautizado de un hermitaño cristiano y de nuevo cautivo, pero esta vez de piratas musulmanes, se había convertido en un famoso corsario. Al ser salvado, vuelve al cristianismo, y asume la misión de entregar una carta a la esposa de don Bartolomé quien todavía no puede volver a Valencia. Conocemos a través del retrato del africano el triste destino del que nace marcado por el color de su piel y es juzgado siempre desde los prejuicios. Pero el mismo personaje, que había asumido características de héroe trágico se revela posteriormente como pérfido seductor de la esposa de Don Bartolomé, a quien burla en una noche, haciéndose pasar por el esposo. La comedia destruye así al personaje que había erigido antes y se centra en seguida en la salvación de la víctima, la esposa engañada, que mata al traidor, aborta a la criatura que de él había concebido y muere. Resulta que ella, doña Francisca es hermana de Vicente Ferrer, el famoso fraile valenciano. Implorando desde el purgatorio la ayuda de Vicente, éste reza la prodigiosa serie de oraciones conocidas como las misas de San Gregorio y así logra que Francisca entre en el cielo. Comedia llena de incongruencias, pero fascinante por los cambios de destino y, para los lectores de hoy, por lo que transmite el personaje negro, sabemos que contaba con el aplauso del público, reimprimiéndose hasta finales del siglo XVIII. ¿Es este personaje de Muley africano una manera de poner sobre las tablas el destino del converso, también objeto de una discriminación constante? ¿Hay alguna ironía en la actuación de San Vicente Ferrer, conocido por su implacable papel en la conversión forzada de judíos en la España de finales del siglo XIV? Parece que las interrogantes que pudiera lanzar el autor desaparecen según progresa y termina la comedia.
El valiente Campuzano pertenece a un género bien distinto, el de las comedias del ‘valiente’ bravucón y fanfarrón. Así conocemos a Pedro Campuzano que va rondando las calles de Granada en compañía de una mujer popular, la Catuja, entre juegos de cartas, noches de taberna y todo tipo de altercados. Porque Campuzano es de temperamento irascible y de pocos escrúpulos: es protagonista de innumerables riñas, y autor de una serie de muertes, inclusive de ministros de la justicia. El conflicto de la comedia es su rabiosa oposición al matrimonio de su hermana con un rico mercader de origen morisco. El hidalgo cristiano viejo Campuzano no soporta esa posible mancha en su escudo y aunque su hermana y él viven en la pobreza y el pretendiente mercader es todo un ejemplo de virtudes, este Campuzano hará todo para impedir el matrimonio. Su intervención tiene como resultado que los amantes se separen y que sólo al final de la obra se reencuentren todos. El valentón fugitivo ha entrado en los tercios españoles, participando –con valor, por supuesto- en el sitio de Vercelli (ocurrido en 1638). El desenlace de esta obra es tan sorprendente como en Las misas de San Vicente Ferrer. La hermana del Campuzano se siente defraudada por la falta de compromiso de su amante mercader, ya no tan resuelto a casarse con ella. Éste está obsesionado con localizar al Campuzano para vengarse de él. Pero nada más encontrarse, el protagonista valentón mata al mercader morisco despreciado. Condenado a muerte por el comandante de las tropas, el hidalgo bravucón obtiene la gracia por el valor demostrado en la guerra. Final feliz o final amargo, El valiente campuzano nos deja desconcertados. ¿Es esta obra una burda reafirmación de valores de casta o una apenas velada denuncia de los excesos que provocan los prejuicios basados en el origen de los hombres?
Sea como sea la intención supuesta del autor, Antonio Enríquez Gómez alias Fernando de Zárate supo como tal vez nadie sacar a la superficie unos conflictos presentes en la sociedad española de su tiempo y convertir en fuerza dramática los dramas de la realidad.Universidad de Málaga. Campus de Excelencia Internacional Andalucía Tech
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