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Efectividad y seguridad derivados del empleo de balones intragástricos en el tratamiento de la obesidad
La obesidad es una enfermedad crónica multifactorial fruto de la interacción
entre genes y ambiente. Dado que afecta a un alto porcentaje de la población de los
paises desarrollados y a que su prevalencia aumenta progresivamente, la Organización
Mundial de la Salud ha llegado a considerarla como “una epidemia global”. El
indicador más ampliamente utilizado para su medida es el índice de Quetelet o índice
de masa corporal (I.M.C.), que se define como IMC=peso (en Kg.)/ talla2 (en m.). De
acuerdo con ese índice, se considera como obeso todo sujeto con un IMC>30 Kg/m2.
La obesidad aumenta sustancialmente el riesgo de padecer diabetes, hipertensión
arterial, dislipemia y enfermedad cardiovascular, así como ciertos tipos de cáncer. Los
sujetos obesos presentan por tanto un aumento de la mortalidad, tienen una esperanza y
una calidad de vida reducidas y requieren la utilización de recursos sanitarios con mayor
frecuencia que las personas no obesas.
El objetivo del tratamiento médico empleado en la obesidad es conseguir una
reducción razonable de peso y su mantenimiento a largo plazo. Se considera que una
reducción de entre el 5 y 10% del peso corporal inicial cumple estos objetivos,
determinando una mejora de las comorbilidades asociadas a la obesidad que se puede
objetivar en la reducción de las cifras de hipertensión arterial, y de los niveles analíticos
de dislipemia y diabetes.
La utilización temporal de balones gástricos en el tratamiento de los pacientes
obesos se fundamenta en los efectos que estos dispositivos producen sobre la
regulación gástrica del apetito, ya sea enlenteciendo el vaciamiento gástrico o
modificando la liberación de hormonas que se producen en el tracto digestivo (como
ghrelina o colecistoquinina), y que intervienen en la regulación neuroendocrina del
apetito y de la saciedad. De esta manera, la sensación de saciedad que producen estos
dispositivos permite a los pacientes mantener una ingesta reducida, posibilitando el
aprendizaje de unos hábitos alimentarios adecuados que deben mantenerse tras su
retirada
Effectiveness and Safety of the Switch from Remicade® to CT-P13 in Patients with Inflammatory Bowel Disease
BACKGROUND AND AIMS: To evaluate the clinical outcomes in patients with IBD after switching from Remicade® to CT-P13 in comparison with patients who maintain Remicade®. METHODS: Patients under Remicade® who were in clinical remission with standard dosage at study entry were included. The ''switch cohort'' [SC] comprised patients who made the switch from Remicade® to CT-P13, and the ''non-switch'' cohort [NC] patients remained under Remicade®. RESULTS: A total of 476 patients were included: 199 [42%] in the SC and 277 [58%] in the NC. The median follow-up was 18 months in the SC and 23 months in the NC [p < 0.01]. Twenty-four out of 277 patients relapsed in the NC; the incidence of relapse was 5% per patient-year. The cumulative incidence of relapse was 2% at 6 months and 10% at 24 months in this group. Thirty-eight out of 199 patients relapsed in the SC; the incidence rate of relapse was 14% per patient-year. The cumulative incidence of relapse was 5% at 6 months and 28% at 24 months. In the multivariate analysis, the switch to CT-P13 was associated with a higher risk of relapse (HR = 3.5, 95% confidence interval [CI] = 2-6). Thirteen percent of patients had adverse events in the NC, compared with 6% in the SC [p < 0.05]. CONCLUSIONS: Switching from Remicade® to CT-P13 might be associated with a higher risk of clinical relapse, although this fact was not supported in our study by an increase in objective markers of inflammation. The nocebo effect might have influenced this result. Switching from Remicade® to CT-P13 was safe