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    El Salvador: de la rebeldía agraria a la revolución

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    El presente trabajo es el resumen de la tesis doctoral del autor “Génesis de una revolución”. Explica el origen del conflicto militar que aquejó a la República de El Salvador en los años ochenta, puntualizando que no hubo ninguna causa externa que lo provocara, si no la convergencia de factores en un proceso interno que él describe así: “Desde atrás, desde muy atrás viene la historia del hambre y la injusticia en El salvador. Desde hace apenas unos cinco años, la sangre vertida en esa lucha de los campesinos organizados –y todo el pueblo- comienza a teñir periódicos y a sacudir la conciencia de todo el mundo”

    La colaboración en el corazón de la misión (C.G. 35; Decreto 6, 2008)

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    Este decreto supone cambios sustanciales, según mi manera de ver. En primer lugar, la modificación de la palabra “laico” -que hace referencia primordialmente a quienes no son sacerdotes- para pasar a dirigirse a quienes colaboran en la misión; no importando que sean católicos, de otras iglesias o, más aún, personas no creyentes. Se extiende la colaboración, simplemente, a quienes manifiestan “buena voluntad”, y que sienten honda preocupación por la justicia, el cuidado de la tierra, y la paz para toda la humanidad. Otro énfasis sustancial es que no es sólo que las otras personas colaboren con la misión de los jesuitas; sino también que seamos los jesuitas los que colaboremos en las misiones que otras personas emprenden, en el horizonte de la justicia y la paz. Esto es un cambio impactante. En segundo lugar, es que en el decreto se hace referencia a la misión, pero también al “corazón de la misión”. Allí se da como una participación más general y otra más en lo neurálgico de la tarea. Se puede, por tanto, considerar que lo ignaciano en sentido amplio tiene como mínimo común denominador, la búsqueda de la justicia y de la paz entre la humanidad y la armonía con la naturaleza. También tendrían que resonar con “el modo nuestro de proceder”, como diremos después. Éstas podrían ser personas ignacianas más periféricas, si se quiere. Habrá, con todo, otras personas “que más se querrán afectar", como dice Ignacio y tendrían, entonces, otros requisitos que tienen que ver con la experiencia de prepararse concienzudamente para poder hacer los Ejercicios Espirituales.  De hacer estos Ejercicios se espera que quien los realiza reciba unos rasgos característicos que nos hacen sentir “con un mismo corazón” y una misma sensibilidad en lo más profundo de la misión. Primeramente la pasión por Jesús y su Proyecto. Esto hace que la misión sea lo neurálgico de la vida, que ayuda a situar otras dimensiones. Misión que supone el bien de las grandes mayorías; realizar cosas que otros no pueden hacer; atender a lo que se tiene mayor deuda. Quien sale de Ejercicios, por otra parte, tiene una conciencia de cuerpo y de ser cuerpo; busca “compañía” que es compartir lo que alimenta, nutre y reta. De ahí que sea connatural el establecimiento de comunidades, de redes. Quien hace los Ejercicios ha aprendido en ellos, un modo de orar que conduce a aprender a discernir los acontecimientos internos y los de la historia. Quien hace los Ejercicios sale con una espiritualidad que es paradójica: que debe encargarse de las grandes tareas sin desatender la persona -con toda su individualidad- que se tiene en frente. Esto supone el hacer todas las cosas como si dependieran de nuestro aporte, sabiendo que en definitiva dependen de Dios. O, en otra formulación, tener claro que no amedrentarse frente a las grandes problemáticas buscando las soluciones más pertinentes, pero ser capaz de concentrarse en lo más pequeño y quizás insignificante, suena a que está ahí presente el impulso de Dios. Quien ha hecho los Ejercicios, comprende que esa misión por atender a las mayorías es lo que más gloria da a Dios. Pero esto no por voluntarismo, sino por gracia. Ahora bien, los colaboradores que no tienen la experiencia de Jesús -por la oración y los Ejercicios- si son personas con talante ignaciano, es porque, además de la pasión por la justicia y la paz, el eco de los rasgos que producen los Ejercicios, les mueven las entrañas y les atrae. Lo tercero, y no menos importante, es que este decreto coloca la centralidad en la Misión, y en el corazón de la misma, como la gran meta. Aquí, creo yo, se supera una búsqueda de lo eclesial o jesuítico en sí mismo, para colocarnos precisamente, en la consecución de la justicia y la paz, en colaboración con quienes manifiestan buena voluntad. Los jesuitas seríamos, entonces, hombres para las demás personas, pero sobre todo con las demás personas y sus luchas. La ignacianidad es algo polifónico, por tanto. Una de las luchas más señeras de nuestro tiempo es contribuir por lograr realmente la equidad de género. Esto nos enseñaría a aprender de la subjetividad de la mujer para vencer uno de los pa¬radigmas más arraigados: el machismo. Lo cuarto, que lo señala claramente el decreto, es que pre¬cisamente es en esta profunda colaboración múltiple donde la tra¬dición ignaciana es expresada más ampliamente por la riqueza de las diversas voces que lo interpretan. Son esas voces donde se hace más aceptable y más vigoroso lo ignaciano, capaz de enri¬quecer a la humanidad y a la iglesia. Nos falta aún oír la interpre¬tación más lozana de lo ignaciano en clave de mujer. El tono de todo el decreto es de sencillez, de dejar en claro lo que es fundamental; de generar redes y lazos, y sobre todo, de un profundo agradecimiento, palabra que se repite muchas veces: agradecer a quienes han trabajado y trabajan en nuestras obras, agradecer a quienes el Padre nos ha puesto con su Hijo, sufriendo y resucitando en la humanidad. De allí que la hospitalidad de los jesuitas, con quienes colaboran con nosotros, debe hacer explícita esa gratitud. Más aún, la hospitalidad y el agradecimiento de los jesuitas con quienes nos dejan luchar por las causas más altas, es algo que debe cultivarse y expandirse

    El examen, una vía de acceso al discernimiento

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    Discernir es aprender a reconocer por dónde nos quiere llevar Dios para «dejarnos llevar por Él», para colaborar con Él o, por lo menos, para no estorbarle. Por eso no es algo simple, sino un proceso que supone, en primer lugar, que como persona me haya acostumbrado a optar por principio por la vida. Requiere tener el hábito de buscar y elegir lo que nos da vida y lo que da vida a otros; implica que me importen los demás y, sobre todo, los que son mayoría en este mundo. Esa opción por la vida tiene muchas manifestaciones. Una de ellas es la autoestima positiva, que se refleja, entre otras muchas actitudes, en el trabajo equilibrado, la capacidad de descansar y recuperar las fuerzas físicas, psíquicas y espirituales, la disposición para el diálogo y el perdón, la apertura a descubrir lo positivo en todo y en todos. Esto conlleva un cambio radical en mi persona y, sobre todo, en mi comportamiento. Para que esta opción por la vida sea posible, es necesario haberla descubierto dentro de mí y, sobre todo, dejarla brotar desde mi propio pozo, desde el manantial que tengo dentro, desde el Agua Viva que hay en mi interior y que es la vida misma de Dios en mí. Sólo al captarme desde mis potencialidades, solamente desde el reconocer mi manantial, podré descubrir que lo que lo sostiene es el Agua Viva, es Dios mismo en lo más íntimo de mi intimidad. Es desde ese descubrimiento tan interno, tan hecho carne en mí mismo, como de Verdad puedo abrirme a la experiencia de Dios, que es vida para todos y vida en abundancia. Pero reconocer esa fuente de vitalidad en mi interior exige haber hecho previamente un proceso de sanación de los traumas y los golpes personales, haber sanado la propia herida

    La obediencia como problema Latinoamericano

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    En los primeros años de la vida religiosa es quizás el voto de castidad lo que entraña más dificultades y problemas. A medida que pasan los años, el voto de obediencia va marcando momentos de dificultad y de asperezas muchas veces insostenibles. Este fenómeno, en la mayoría de los casos, sólo se limita a roces, incomprensiones y sufrimientos. Con todo, en algunos momentos, lleva a la sensación de que se está acorralado no por algo externo, no por la orden dada, sino por la propia conciencia que experimenta que no puede cumplir lo mandado sino a riesgo de ir contra lo que “agrada al Señor” (Ef 5,10). Este hecho que puede ser común en todas las latitudes, tiene especial vigencia y significación en América Latina en cuanto que un sector de la Iglesia y de la Vida Religiosa ha hecho una clara opción por los pobres y por el compromiso con la justicia, lo cual ha acarreado no sólo problemas internos sino también de confrontación con los poderes establecidos -geopolíticos principalmente- sin eludir, por desgracia, el poder eclesiástico. El objetivo de este artículo es el de brindar alguna reflexión sobre lo típico de nuestra problemática respecto a la obediencia. También quisiéramos resaltar las posibles coartadas y trampas que se emplean -con la justificación de una “objeción de conciencia”- y que muchas veces son una racionalización para llevar adelante, simple y sencillamente, proyectos personales. Esta perspectiva nos obliga asimismo, a considerar siempre que la obediencia es algo relacional; que tiene que decir una palabra tanto al que manda como al que es súbdito. El fruto de este trabajo quisiera ser el comenzar a dar pistas para generar un tipo de “metodología de la obediencia”; establecer “reglas” para mejor acertar en las concretas dificultades de nuestro tiempo y espacio. El horizonte de nuestra dificultad, en América Latina, no puede desconocer la labor sorda de todo lo que maquina para quitarle la poca fuerza a los empobrecidos. Si el Señor nos liberó para que fuésemos libres -que es lo único que Dios nos respeta absolutamente-, nunca es fácil renunciar a ese bien tan precioso. Sin embargo, en los ambientes en que vivimos en la actualidad, donde aún las instituciones más viejas se ponen en cuestión (el matrimonio, por ejemplo), se dan obstáculos serios para una obediencia sumisa o ciega, si se quiere

    Buen espíritu y mal espíritu en situaciones específicas de la Iglesia de hoy

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    Pese a todos los avances de la civilización, actualmente se cierne sobre el mundo aires de desaliento y muerte como tal vez nunca antes se dieron. Esta sensación, con todo, no es perceptibles para los que van de mal en peor, o como diría Ignacio, de “pecado mortal en pecado mortal”, donde acostumbra “comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales, por más los conservar y aumentar en sus vicios y pecados” (EE 314). Nunca, como ahora, tenemos más comunicación internacional. Sin embargo, la información propagada por los medios de comunicación social tiene la capacidad de soslayar la verdadera raíz de los problemas, embotando realmente la conciencia y frenando, por decirlo así, los impulsos de los hombres de “buena voluntad”. Por ejemplo, el comportamiento global de las naciones -solas y en su máximo nivel de representación (ONU)-, salvo muy contadas y honrosas excepciones, aplaudió la guerra del Golfo tragándose la interpretación propuesta por los “señores de este mundo”. Los poderes del “mundo éste”, lo están llevando al desastre ecológico, y fenómenos aparentemente “naturales” como lo ocurrido en Bangladesh no dejan de tener relación con la obligada distribución geográfica de una población depauperada -producto de los capitalismos reates- en busca de sitios para vivir. Las cifras globales de hambre, desnutrición y analfabetismo son espeluznantes, Sólo un pequeño sector, blanco (en su mayoría) y ubicado generalmente en el norte del globo, goza de un lujo y de unas comodidades que hacen todavía más dramático el cuadro total. El proceso de desesperación creciente de los terceros mundos, la intensificación en el mundo desarrollado de los llamados “cuartos mundos”, las situaciones casi límite en que han ido a dar los países del segundo mundo, más la amenaza de destrucción del ecosistema por el plutosistema, y la tranquila inconsciencia con que todo esto es vivido en el primer mundo, no son invitaciones a la satisfacción del que ya ha cumplido la voluntad de Dios o está cumpliendo con ella (Cfr. “Fe y Justicia: Quince años después”, en Informaciones S.J., mayo-junio 1991, pág. 77). La caída de los socialismos del Este, -con todo lo positivo que esto también ha traído- ha generado, sin embargo, un ambiente de victoria en los poderosos postulando casi fatalistamente que la única esperanza del mundo es el sistema capitalista. (Cfr. Centesimus Annus 35). Dentro de este marco histórico de finales de milenio está ubicada la Iglesia, el pueblo de Dios. No puede escapar a todo este ambiente y cae, lamentablemente, en alguna de sus trampas. Tretas que a veces se presentan de forma descarada o de forma más sofisticada, donde se esconde el Enemigo de la “condición humana” bajo el disfraz de Ángel de la luz. Como una vitrina de los aires que se respiran en la Iglesia, nos servimos de la reciente encíclica Centesimus Annus (CA). El objetivo de este trabajo es brindar algunas situaciones específicas en la Iglesia de hoy y descubrir en ellas el “paso de Dios”, para dejamos afectar por El, como el medio seguro de “llevar a los hombres a la vida”, contraponiéndolo con el mal influjo del espíritu mundano en la misma vida eclesial. El grito de los pobres se hace uno solo con el grito de Jesús en la cruz. La humanidad, en su inmensa mayoría, hace un llamado de profunda extrañeza a nosotros y a Dios; un llamado de incrédula tristeza: ¿Por qué nos han abandonado? El objetivo de este trabajo es también develar la confabulación del mal que invade la Iglesia a todos los niveles, para impedir la colaboración con la resurrección de todo este cuerpo herido. Por otra parte, también es rescatar las chispas del Espíritu de Dios que nos invitan a colaborar con el Padre, gracias a la fuerza del Espíritu para resucitar al Hijo. El método que seguiremos será, en primer lugar, topamos con el “mal espíritu”, o “espíritu de mundanización”, en la Iglesia. Pero al hacer esto no inculparemos sólo a los que están en la cabeza, sino también pretendemos generar un examen de conciencia en los que participamos de estos mismos aires y convicciones. La verdad nos hace libres. Sólo en la medida que aceptemos nuestro pecado, como personas de Iglesia y como congregaciones religiosas -en nuestro caso-, podremos caminar en la búsqueda del Espíritu de Dios para, con El, renovar la faz de la tierra. Nuestro camino será encontrar la presencia del mal, estando seguros, que en clara tradición ignaciana, el Espíritu de Dios, obra “contrario modo”. A partir de cómo el mal ataca a la Iglesia de Dios, al pueblo, a las congregaciones religiosas, podremos entresacar por dónde apunta la fuerza de Dios que no se impone, sino que se insinúa dejándonos optar con libertad. Terminamos con unas “reglas” -al modo ignaciano- para sentir desde los pobres la situación del mundo

    El comportamiento ético de la persona en plenitud

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    El autor nos introduce en el plano ético, nos habla de los valores en clave de los Derechos Humanos, “La presentación de estos valores que yo te propongo nacen de un extractar las diversas generaciones de derechos humanos, que tenderían en principio a establecer una convivencia más humana entre las personas y con la tierra. Es decir, de los derechos fundamentales de la humanidad extraemos lo que sería un valor. Derechos, que además, como se sabe, costaron muchas luchas para ser aceptados precisamente por la defensa no de ‘valores’ sino de los intereses de los diversos países representados en los foros mundiales”

    Porque no cambian los ejercicios

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    El sentido de esta Comunicación es tomar en serio cierta inquietud que a veces nos acecha. ¿Por qué razón hacemos Ejercicios y las cosas siguen igual? ¿Por qué motivo sale uno de Ejercicios prácticamente como entra? ¿Se pone, por tanto, en cuestión la eficacia de este método ignaciano o son otros elementos los que deben colocarse en tela de juicio? Vamos a ir analizando diversos aspectos, dejándonos interpelar, hasta llegar a la conclusión que nos parece más certera. ¿Que son los Ejercicios? Los Ejercicios son una metodología, son un camino de presentación del Evangelio destacando ciertos dinamismos, haciendo énfasis en aspectos concretos o puntuales. Por tanto su eficacia -cuando la tienen- dice relación a la fuerza del mismo Evangelio. El problema, por tanto, es ¿por qué no somos mejores cristianos? Los Ejercicios son una escuela de oración, con una metodología muy elaborada en base a: puntos, modos de orar, examen y discernimiento. Una oración que debería estar orientada toda ella a la vida, a la tarea por realizar dentro del marco del Reino, desde la perspectiva del pedir incesantemente “ser puestos” con el Hijo que carga su cruz. Los Ejercicios nos pueden hacer caminar hasta descubrir cuál es la estrategia de la vida cristiana: la activa pasividad; dejarse llevar, pedir ser puestos con Jesús. Es precisamente en esta táctica donde estaría el éxito de unos Ejercicios. Pero ¿es que ciertamente escuchamos esas exigencias en el texto ignaciano o nos contentamos con dulcificaciones o traducciones sin mordiente? ¿Cómo hemos aguado el texto? Hacer Ejercicios es emprender un peregrinaje en la búsqueda de la voluntad de Dios, en la senda para lograr una libertad interior que me haga disponible como primer paso, para luego convertirme en un apasionado por el Reino y por el seguimiento de Jesús. Esta disponibilidad sería una condición del buen término de los Ejercicios Espirituales. ¿Con cuánta disposición de ser cuestionados entramos a Ejercicios

    Dimensiones humanas en la actuación política

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    El gran maestro espiritual, Carlos Cabarrús, desarrolla su explicación de manera muy pedagógica mostrando cómo la realidad tiene muchos aspectos a considerar para tener una visión de la totalidad y actuar coherentemente: “Te presento, a continuación, siete aspectos a tener en cuenta si queremos comportarnos como personas en plenitud que conocen, analizan y apuestan por una acción trascendente y transformadora. Estos aspectos son aspectos o dimensiones de la realidad que tienen sentido en este momento histórico que nos ha tocado vivir. Sin duda, en épocas anteriores, la ecología o la visión de género no tenían la relevancia que tienen hoy. Estas dimensiones son: lo subjetivo, lo estructural, lo ideológico, la relación con lo femenino, lo ecológico, lo cristiano y la acción transformadora que toca realizar”

    Conexiones entre la espiritualidad y la pedagogía ignaciana

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    Ser amigo de los pobres, de los laicos, de las mujeres… nos hace amigos del Señor. Los nuevos desafíos de la comunidad jesuítica

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    Nunca lo fuerte de la Compañía de Jesús ha sido lo comunitario, a pesar de que Ignacio nos diera un ejemplo vivo del cariño entrañable a los primeros compañeros. La pasión por la misión nos capta y, por así decirlo, hasta nos sirve de excusa frente a la vida comunitaria. Por eso “ya Maestro Ignacio se las ingenió para crear una vida comunitaria que, sin estar ligada a una casa precisa, se fundara sobre una comunicación constante”. A pesar del énfasis de la Parte VIII de las Constituciones, la “unión de ánimos” no es de los puntos fuertes en la experiencia de la Compañía como lo refleja la carta del P. Kolvenbach sobre la Vida Comunitaria. Esto, junto con la falta de la pobreza, ha sido una herida grave en la Compañía. Las últimas Congregaciones Generales, con todo, han insistido vivamente en la necesidad de reformular la vida común. Las ponencias presentadas en este Coloquio son prueba de la honda preocupación que existe, en todos nosotros, por ser verdaderamente “amigos en el Señor". La ponencia del P. Gray ha hecho énfasis en el don de la amistad, en cómo es un regalo que debe suponerse, pero también debe provocarse. La amistad es inherente a la gracia de la vocación. Para cultivar esta amistad, Gray hace alusión a la rutina de la vida comunitaria, a la relación con los superiores que representan especialmente al Dios tierno y misericordioso que reconcilia y que perdona y, finalmente, a la fuerza de la misión. Como instrumentos valiosísimos para provocar la amistad trae a la memoria la “conversación espiritual” y la extensión de la amistad con nuestros colaboradores apostólicos. Esta amistad “ampliada” es lo que desarrollaré en este trabajo
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