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El dilema de la seguridad en América del Sur: una revisión del debate sobre la larga paz sudamericana
En los últimos veinte años, un creciente número de analistas ha demostrado un marcado interés en el estudio de las causas del enigmático largo período de paz entre los estados de América del Sur. Partiendo de la premisa de que, en un mundo habitado por estados y carente de una autoridad central, la guerra es un fenómeno recurrente en la política internacional, la prolongada infrecuencia de la guerra en América del Sur desde el fin de la guerra entre Ecuador y Perú en 1941 constituye un interesante misterio y un desafío teórico. (…). Este trabajo intenta realizar una revisión del debate académico sobre las causas de la “larga paz sudamericana” comparando y ordenando los distintos argumentos en base al “dilema de seguridad”, y haciendo hincapié en los elementos comunes y las diferencias, e intentando resaltar importantes inconsistencias y críticas. La idea central consiste en advertir sobre la poca diversidad de las visiones intervinientes en el debate, sobre el gran predominio implícito de viejas visiones liberales del siglo XVIII y XIX sobre guerra y paz, y sobre el aún infundado optimismo con respecto a la estabilidad de la paz regional en América del Sur
El dilema de seguridad y su importancia para el estudio de las relaciones internacionales
Como ya hemos sugerido hace un par de semanas atrás, el carácter anárquico de los asuntos internacionales constituye un punto de partida fundamental y necesario para el estudio de las relaciones internacionales, en tanto disciplina. Partir desde allí, no sólo es importante porque representa un gran cambio del “principio ordenador” del sistema (de un orden jerárquico, como el doméstico, a uno horizontal o descentralizado, como el internacional), sino porque también se encuentra irradiando continuamente fuerzas e incentivos que afectan con profundidad el comportamiento a largo plazo de los actores internacionales. Estas fuerzas e incentivos, como lo destacara Kenneth Waltz (1), no determinan mecánicamente el comportamiento individual de los estados, pero sí constriñen y moldean ciertos patrones de comportamiento a lo largo del tiempo. Una forma de estudiar el papel de estas fuerzas, si nos abocamos al estudio de la guerra y la paz, es analizar el llamado “dilema de seguridad”. En este ensayo, presentaré brevemente en qué consiste este “dilema” y cuál es su importancia a la hora de abordar no sólo las causas de la guerra, sino también las condiciones para la paz.La idea de un “dilema de seguridad”, propuesta originalmente por John H. Herz en 1950, generó una revisión profunda en los estudios de seguridad de la disciplina ya que por primera vez se logró demostrar convincentemente que el fenómeno de la recurrencia de la guerra a través de los siglos no puede explicarse sólo mediante la referencia a estados expansionistas, con ansias de conquista, ambiciosos territorialmente, o “revisionistas absolutos”; sino que, además de ello, el tipo decontexto de seguridad en el cual se encuentran los estados juega un papel sumamente importante.(2)Así, por ejemplo, el dilema de seguridad nos ayuda a comprender cómo incluso cuando los estados no pretenden individualmente hacer la guerra entre sí, el frágil contexto de desconfianza, de inseguridad y de incertidumbre, y sobre todo de miedo —junto al factor fundamental de la ausencia de una autoridad política central— es suficiente como para que la guerra pueda abrirse camino de forma recurrente. En otras palabras, la anarquía internacional es una “causa permisiva” de la guerra, o una causa indirecta, porque no provoca el inicio específico de ninguna guerra o conflicto internacional, pero sí permanece impávida frente a ello, no erigiendo ningún tipo de obstáculo o desincentivo a la ocurrencia del conflicto.La condición anárquica del sistema genera incertidumbre, la cual da lugar a la desconfianza, que también provoca un profundo dilema según el cual aquellas personas que toman decisiones en nombre de un estado nunca pueden estar “100% seguros” de si sus cálculos sobre las intenciones futuras de los demás son correctos. Todo ello compele a los estados a desconfiar y a competir (necesariamente) en aras de proveerse seguridad, y prevalecer.(3)Como lúcidamente explica Martin Wight, “[t]he fundamental cause of war is not historic rivalries, nor unjust peace settlements, nor nationalist grievances, nor competitions in armaments, nor imperialism, nor poverty […]. The fundamental cause is the absence of international government; in other words, the anarchy of sovereign states. […] In such a situation, mutual distrust is fundamental, and one power can never have an assurance that another power is not malevolent”. Y concluye: “Consequently, with the best will in the world no power can surrender any part of its security and liberty to another power”.(4)O como el mismo Herz lo ha expresado: a través de los siglos, siempre que han existido sistemas sociales anárquicos en donde las unidades que los conforman son asimismo las instancias últimas de resolución de sus disputas,“there has arisen what may be called the ‘security dilemma’ of men, or groups, or their leaders. […] Whether man is by nature peaceful and cooperative, or domineering and aggressive, is not the question. […] Groups or individuals living in such a constellation must be, and usually are, concerned about their security from being attacked, subjected, dominated, or annihilated by other groups or individuals. Striving to attain security from such attack, they are driven to acquire more and more power in order to escape the impact of the power of others. This, in turn, renders the others more insecure and compels them to prepare for the worst. Since none can ever feel entirely secure in such a world of competing units, power competition ensues, and the vicious cycle of security and power accumulation in on”.(5)Esta situación, por su parte, se asemeja a lo que el historiador británico Herbert Butterfield llamó “miedo hobbesiano”, o “trágico elemento del conflicto humano”.(6) Al igual que Herz, él comprendía que desde una visión con perspectiva, el historiador goza de la capacidad de ver fríamente los sucesos y tiene el desafío de entender cómo el contexto anárquico en el cual los estados existen es la principal fuente por la que el conflicto puede, en primera instancia, emerger una y otra vez. Por ejemplo, dice Butterfield: “The central fact [...] is a certain predicament, a certain situation that contains the elements of conflict irrespective of any special wickedness in any of the parties concerned [...]. In historical perspective we learn to be a little more sorry for both parties than they knew to be for one another”. Y así, concluye Butterfield: “Here is the absolute predicament and the irreducible dilemma [...] here are the ingredients for a grand catastrophe. The greatest war in history could be produced without the intervention of any great criminals who might be out to do deliberate harm in the world”.(7)Sin embargo, a pesar del pesimismo al cual fácilmente pudiera llevar esta comprensión del dilema, la historia demuestra claramente que la cooperación y el mantenimiento de la paz sigue siendo posible, aún bajo los efectos de la anarquía.(8)Esta es otra de las comunes confusiones de la literatura. Básicamente: la creencia en que allí donde existe un dilema de este tipo no puede existir la paz o diversos tipos de orden (¡incluso por períodos prolongados de tiempo!). Es, además, esta misma confusión la que lleva —erróneamente— a creer que sólo es posible hablar de “zonas de paz”, como actualmente se hace en Sudamérica, a través de la eliminación (más que nada intelectual) del “dilema de seguridad”.Ciertamente, la situación de “continua competencia” implícita en la concepción realista de la política internacional no significa que la guerra tenga lugar todo el tiempo y en todo lugar. El dilema de seguridad puede ser mitigado (aunque aún nunca ha sido resuelto), y ello puede incluso generar períodos de paz que a veces alcanzan muchos años de duración. El Concierto Europeo, por ejemplo, creado por las potencias europeas luego de la derrota de Napoleón, es uno de esos casos. Pero justamente es este mismo ejemplo el que sirve para comprender el verdaderodilema: si bien es posible la cooperación y la paz bajo anarquía, y más allá del corto o largo período por el que ello se prolongue, la competencia y el conflicto revertirán en el largo plazo todo esfuerzo cooperativo. Sin la comprensión de estos elementos, es imposible entender cómo es que aún los más fuertes ejemplos de cooperación entre los estados, a lo largo de los siglos, ulteriormente han dejado de existir.De todas formas, si bien el dilema puede ser atenuado o mitigado en el tiempo —aunque no sin gran dificultad—, el mismo no puede ser trascendido de una manera sencilla, ya sea a través de la creación de instituciones o por actos de conciencia individuales.(9) Como tan claramente lo explica Butterfield: “The supporters of the new diplomacy, which has emerged since the opening of the epoch of world-wars, like to tell us that the whole problem we have been discussing does not exist, because it ought not to exist. In any case, there is no Chinese puzzle at all, they say, for, whatever the issue might be, we could easily dispose of it by referring it to a conference or sending it to the United Nations. Against these specialists in wishful thinking it must be asserted that the kind of human predicament which we have been discussing is not merely so far without a solution, but the whole condition is a standing feature of mankind in world-history. [...] And if the issue which divides the world at a given moment were referred to a conference table, then, though many good things might be achieved, we should not have eliminated the predicament which was most crucial—we should merely find it transplanted into the bosom of the conference itself”.(10)A la luz de esta discusión, se hace imprescindible para todo aquel abocado al estudio de la seguridad internacional, el comenzar no sólo con adquirir un profundo respeto y comprensión del carácter anárquico de las relaciones internacionales, sino también por analizar los efectos que el dilema de seguridad ejerce por sobre los estados. Un punto central para todo estudiante de estos asuntos es no ceder jamás a la complacencia intelectual de lo que prediquen sus teorías predilectas y, en su lugar, seguir buscando formas inteligentes de mitigar y construir orden en un tan precario, endeble e indiferente contexto como es el de la política internacional.(1) Ver Kenneth N. Waltz, El Hombre, el Estado y la Guerra (Buenos Aires: Nova, 1959); y Waltz, Theory of International Politics (Reading, ma: Addison-Wesley Publishing Company, 1979).(2) Ver Herz, “Idealist Internationalism and the Security Dilemma”, pp. 157-180. Ver también Randall L. Schweller, “Neorealism’s Status-Quo Bias: What Security Dilemma?”, en Frankel, ed., Realism: Restatements and Renewal, pp. 90-121.(3) Una buena explicación de la interconexión entre estos elementos puede encontrarse en Stephen Van Evera, “The Hard Realities of International Politics”,Boston Review,Vol. 17, No. 6 (November–December 1992), p. 19; y Mearsheimer,Tragedy of Great Power Politics (New York: W.W. Norton & Co., 2001), cap. 1.(4) Martin Wight, Power Politics, ed. por Hedley Bull y Carsten Holbraad (New York: Holmes & Meier Publishers, riia), pp. 101-2.(5) Herz, “Idealist Internationalism and the Security Dilemma”, World Politics, Vol. 2, No. 2 (January, 1950), p. 157.(6) Ver Herbert Butterfield, History and Human Relations (London: Collins, 1951), pp. 21, 22, 16, 20. En su Power Politics, Wight también se refiere a esta condición como “Hobbesian predicament”, p. 142., o “Hobbesian fear”, por ejemplo: “Wars are fought for many different causes […] But all particular causes of war operate within the context of international anarchy and the Hobbesian fear”, p. 102.(7) Butterfield, History and Human Relations, pp. 15, 17.(8) Ver Robert Jervis, “Cooperation Under the Security Dilemma”, World Politics, Vol. 30, No. 2 (January 1978), pp. 167-214; Charles L. Glaser, “The Security Dilemma Revisited”, World Politics, Vol. 50, No. (October 1997), pp. 171-201; Glaser, “Realists as Optimists: Cooperation as Self-Help”, en Frankel, ed., Realism: Restatements and Renewal, pp. 122-63; Arnold Wolfers, Discord and Collaboration: Essays in International Politics (Baltimore: The Johns Hopkins Press, 1962); Marc Trachtenberg, “The Problem of International Order and How to Think About It”, The Monist, Vol. 89, No. 2, pp. 207-31; y Trachtenberg, “The Question of Realism: An Historian’s View”, Security Studies, Vol. 13, No. 1 (Autumn 2003), pp. 156-94. Para dos importantes críticas y reformulaciones, cfr.Schweller, “Neorealism’s Status-Quo Bias”; y Helen Milner, “The Assumption of Anarchy in International Relations Theory: A Critique”, Review of International Studies Vol. 17, No. 1 (January 1991): pp. 67-85.(9) Ver Butterfield, History and Human Relations, pp. 27-28.(10) Butterfield, History and Human Relations, pp. 31-2. *Tesista de la Maestría en Estudios Internacionales, Universidad Torcuato Di Tella, Buenos Aires, Argentin
Los estados son lo que la anarquía hace de ellos
¿Qué significa estudiar las relaciones internacionales? Y más en concreto, ¿qué significa pensar teóricamente acerca de los asuntos mundiales? Sin lugar a dudas que existe más de una forma de responder a estas interrogantes. Sin embargo, como intentaré explicar en las siguientes líneas, considero que hay una sola forma prometedora de hacerlo. Es sólo a través de un profundo respeto y comprensión del carácter descentralizado (o “anárquico”) de las relaciones internacionales, de sus límites y de su alcance, que se vuelve verdaderamente posible entender, analizar y aspirar a mejorar los diversos problemas comunes del escenario mundial.No obstante, dos elementos centrales deben ser atendidos primero. Por un lado, para poder responder a la primer interrogante, es necesario consensuar qué significa el término “relaciones internacionales”; es decir, sobre qué hace único y distintivo a este campo de estudio con respecto a otros, como por ejemplo la ciencia política o la economía empresarial. Sólo luego será posible explicar qué significa “estudiar” las relaciones internacionales. Y por el otro lado, para aproximar una respuesta a la última pregunta, es clave comprender la importancia de buscar buenos métodos para simplificar la realidad (como por ejemplo, el pensar en diversos niveles de abstracción) para poder así desentrañar mejor tanto las fuerzas que moldean los asuntos internacionales -a veces incluso de una manera poco perceptible- como también su alcance, límites e importancia en el estudio de las relaciones internacionales.En este sentido, si bien la disciplina de las relaciones internacionales es algo relativamente moderno --téngase en cuenta que la primer escuela dedicada al estudio de los asuntos internacionales data de 1919, en Aberystwyth, Gales--, su foco de análisis es tan antiguo como el ser humano. Así, el estudio del fenómeno de la guerra entre diversos “grupos sociales” a lo largo de toda la historia (ya sea que hablemos de imperios, estados, naciones, principados, ciudades-estado, o incluso de pandillas o tribus), desde siempre ha constituido una preocupación central de la humanidad; y es y seguirá siendo la gran concentración de los académicos de relaciones internacionales.Ahora bien, si pensamos sobre qué hace realmente único y distintivo a las relaciones internacionales con respecto a cualquier otro campo de estudio, veremos que en su nivel más fundamental la respuesta se encuentra en que, a diferencia otros ámbitos, en el escenario internacional no existe un gobierno central que resguarde el orden, que sostenga un sistema unificado de leyes, ni que provea bienes de uso público global. En otras palabras, el sistema de estados es “tierra de nadie”. Siguiendo al famoso pensador inglés Thomas Hobbes, los estados se encuentran internacionalmente en un virtual “estado de naturaleza” o en una situación “anárquica”, donde cada cual debe proveerse su propia seguridad.Las implicancias de esta ausencia de una entidad global que centralice el poder son numerosas y muy importantes. Algunas de las más evidentes, por ejemplo, consisten en que si un estado ve amenazada su supervivencia en el escenario internacional, como dice John J. Mearsheimer, no hay un “911” al cual recurrir. Como consecuencia de ello, las múltiples necesidades comunes de la humanidad (como el resguardar los derechos humanos, o el combatir la pobreza endémica, el terrorismo internacional, la proliferación nuclear, la contaminación ambiental, etc.) usualmente son totalmente desatendidas. Veamos con más detalle algunos de estos elementos.Por un lado, la condición anárquica del sistema internacional conlleva consigo una potencial gran negligencia en cuanto al manejo de los asuntos más importantes concernientes a la paz y la guerra entre los estados. Dado que en las relaciones internacionales los estados son también grupos sociales unificados, éstos tienden a desarrollar normas, valores y objetivos auto-interesados, que de una u otra manera involucran fuertemente la cuestión de su supervivencia como grupo. En este mundo de grupos sociales necesitadamente egoístas, es muy difícil que un estado desarrolle un interés verdaderamente altruista o cosmopolita, poniendo en segundo plano (o incluso en riesgo) a los suyos. Es decir, surge una típica situación en donde prima la raison d’État, y donde difícilmente se persigue una raison du système. En la vida internacional “cada cual atiende su juego”.Por el otro, resaltar la importancia de los efectos limitantes de la anarquía internacional por sobre las diversas áreas de estudio y de actividad humana a nivel global es, tal vez, uno de los aportes más básicos y fundamentales que la disciplina de las relaciones internacionales puede brindar a las ciencias sociales en general. Si, por ejemplo, observamos las implicancias de llevar diversos campos de estudio, como el derecho, la economía, o incluso la ciencia política misma al plano internacional, se vuelve evidente que muchos de los preceptos básicos de cada uno de ellos pierden rápidamente su aplicabilidad en el escenario internacional. En palabras de Kenneth Waltz, el cambio de “principio ordenador”, o el paso de un orden basado en un gobierno a uno basado en la ausencia del mismo, hace a la especificidad de la disciplina de relaciones internacionales como un campo propio de estudio.Por ejemplo, en el caso del derecho internacional, donde no existe un gobierno central, las normas y los contratos no cuentan con un órgano internacional imbuido de una verdadera capacidad de “hacer cumplir” tales acuerdos (sobre todo, si para ello se requiere del uso de la fuerza). En definitiva, si bien los estados pueden conformar una “sociedad internacional” en anarquía, desarrollando valores, objetivos y hasta incluso identidades comunes, la deficiencia estructural dada por la ausencia de un “poder ejecutivo” y de un “poder judicial” a nivel global, deja a todo emprendimiento de derecho internacional en manos de la voluntad de cada uno de los estados para cumplir o no con tales compromisos. En otras palabras, si un estado decide no formar parte de un tratado internacional, los efectos legales de éste, simplemente no pueden ser aplicados para juzgar el comportamiento de dicho estado o de sus ciudadanos.Lo mismo ocurre con la economía internacional, en donde la ausencia de un “ministerio internacional de economía” que regule el mercado mundial hace que la única forma de poder avanzar efectivamente en acuerdos internacionales de comercio sea a través del consenso y de largas y tediosas rondas de negociación dentro de foros internacionales, como la OMC., que muchas veces va incluso en detrimento de muchos de los estados interesados en temas específicos, como por ejemplo los países productores agrícolas necesitados de superar su condición de sub-desarrollo.Por último, pero no por ello menos importante, la ausencia de un gobierno mundial capaz de respaldar, en casos extremos, con acciones coercitivas los acuerdos y las normas internacionales que los estados establecen voluntariamente entre sí (no sin cierta dificultad), así como de castigar a quienes desafíen el orden establecido, hace que todas las soluciones que la humanidad ha elaborado en el pasado para resolver problemas similares a nivel nacional o interno, cuando intentan ser aplicados o extrapolados al plano internacional deban ser profundamente re-evaluadas, re-pensadas, y re-diseñadas. Ello se debe, en gran medida, a que al no existir un sheriff internacional, las relaciones internacionales descansan (aquí también) en la voluntad y capacidad de cada uno de los actores internacionales de cumplir con sus compromisos y/o de sobrellevar los costos de sus decisiones a nivel mundial. Algunos de las catástrofes más grandes de la historia de la humanidad, como por ejemplo la primera y segunda guerras mundiales, no sólo no pudieron ser evitadas sino que hasta incluso fueron, en cierto sentido, incentivadas indirectamente por haber implementado aparentes soluciones políticas que no se apoyaron en la comprensión de los límites que la anarquía internacional ejercía sobre los proyectos idealistas de principios de siglo, que buscaban aplicar en el mundo de los estados las mismas recetas aplicadas a la vida doméstica. * * *En suma, entonces, tal vez lo más fascinante de estudiar los asuntos internacionales en su expresión abstracta es que éstos poseen un elemento que es único y distintivo: que toda actividad política en el plano internacional ocurre en ausencia de un poder central capaz de dirimir qué es “lo justo” y qué no lo es, y de aplicar un uso coercitivo de la fuerza en pos de ello cuando sea necesario. Esta falta de un “gobierno mundial”, aunque algo simple y básico de entender, es una característica fundamental para comprender la naturaleza y, sobre todo, los límites y alcance de las relaciones internacionales, pero que usualmente es dado por sobre-entendido u olvidado por completo.En esta disciplina, que se apoya en todas las demás áreas de las ciencias sociales pero que las lleva al plano internacional y las hace propias, existen paradójicamente bastante pocos enfoques teóricos que tomen como punto de partida el carácter anárquico de su propio campo de estudio y de acción. Uno de los enfoques que mejor y más sólidamente sí lo ha hecho, es el neorrealismo. Éste, en tanto constituye una teoría estructural o sistémica, parte del estudio del contexto en donde los estados actúan y desarrollan su accionar. Con ello, también, el neorrealismo es una teoría que se centra en los factores perdurables, estáticos y recurrentes de las relaciones internacionales, ya que éstos permiten desentrañar mejor cuáles son los límites y los alcances del accionar presente y futuro de los estados. El neorrealismo, a diferencia de otros enfoques de orden doméstico o focalizados más bien en factores dinámicos, constituye el camino correcto y más prometedor para comenzar a estudiar el mundo de las relaciones internacionales.En los últimos tiempos, nos hemos mal acostumbrado a “hacer teoría” por medio del ataque a los paradigmas y enfoques más tradicionales de la disciplina, como el neorrealismo. Sin embargo, todas las alternativas propuestas han pecado de un excesivo optimismo y de un hubris intelectual, en parte por abandonar las enseñanzas básicas del neorrealismo con respecto a los límites y alcances que nos impone la anarquía internacional a las aspiraciones ilimitadas del ser humano, y en parte también por una búsqueda (liderada por la necesidad) de encontrar nuevos esquemas analíticos que nos permitan dar mejores explicaciones a los nuevos fenómenos que siempre emergen en la escena internacional.No obstante, el camino más prometedor a seguir ya no puede seguir pasando por la búsqueda de la abolición de la teoría más importante de la disciplina. Se hace cada vez más necesario ayudar al neorrealismo a refinar y ampliar su poder explicativo, aunque sin olvidar sus preceptos básicos, en vez de seguir combatiéndolo ciegamente. Es cierto que se ha perdido bastante el rumbo, pero siempre es posible volver a retomarlo. Si por medio del estudio, respeto y reconocimiento de la “anarquía internacional”, algo nos enseña la disciplina de las relaciones internacionales, ello es que tal vez la lección más importante consiste en reconocer que existen límites al poder y ambición humanos, y que estos mismos límites no provienen de nosotros sino del contexto en el cual tiene lugar la política; que no todo a nuestro alrededor es moldeable y que existen fuerzas en el mundo a las cuales incluso los más poderosos deben ajustarse. La popular idea de que “la anarquía es lo que los estados hacen de ella” es un síntoma de hubris intelectual que debe ser profundamente re-pensado a la luz de un enfoque más humilde y limitado de qué significa hacer teoría en las relaciones internacionales.Textos sugeridos:Raymond Aron, “The Anarchical Order of Power”, Daedalus, Vol. 95, No. 2 (Spring, 1966), pp. 479-502.http://www.jstor.org/pss/20026981Martin Wight, Power Politics, ed. por Hedley Bull y Carsten Holbraad, (New York: Holmes & Meier Publishers, RIIA), especialmente cap. 9.http://www.amazon.com/Power-Politics-Martin-Wight/dp/0826461743/ref=sr_1_2?ie=UTF8&s=books&qid=1258492062&sr=1-2Helen Milner, “The Assumption of Anarchy in International Relations Theory: A Critique”, Review of International Studies, Vol. 17, No. 1 (January 1991), pp. 67-85.http://www.jstor.org/stable/20097244Alexander Wendt, “Anarchy is What States Make of It: The Social Construction of Power Politics”, International Organization, Vol. 46, No. 2 (Spring 1992), pp. 391-425.http://web.pdx.edu/~kinsella/ps442/wendt.pdfHobbes, Thomas; Leviathan. Or the Matter, Forme & Power of a Commonwealth, Ecclesiasticall and Civill, ed. por A. R. Waller (London: Cambridge University Press, [1651] 1904).Stephen Van Evera, “The Hard Realities of International Politics”, Boston Review, Vol. 17, No. 6 (November–December 1992), p. 19.John J. Mearsheimer, Tragedy of Great Power Politics (New York: W.W. Norton & Co., 2001), especialmente cap. 1.http://www.amazon.com/Tragedy-Great-Power-Politics/dp/039332396XJean-Jacques Rousseau, “The State of War”, en: A Lasting Peace and the State of War, trad. por Charles E. Vaughan (London: Constable and Company Limited, 1917).http://files.libertyfund.org/files/1010/0147_Bk.pdfMarc Trachtenberg, “The Problem of International Order and How to Think About It”, The Monist, Vol. 89, No. 2, pp. 207-31.http://www.polisci.ucla.edu/faculty/trachtenberg/cv/monist.pdfMarc Trachtenberg, “The Question of Realism: An Historian’s View”, Security Studies, Vol. 13, No. 1 (Autumn 2003), pp. 156-94.http://www.informaworld.com/smpp/1258358578-3061436/content~db=all~content=a714005360Arnold Wolfers, Discord and Collaboration: Essays in International Politics(Baltimore: The Johns Hopkins Press, 1962), especialmente cap. 1.http://www.amazon.com/Discord-Collaboration-Essays-International-Politics/dp/0801806917/ref=sr_1_1?ie=UTF8&s=books&qid=1258492722&sr=1-1Kenneth N. Waltz, Theory of International Politics (Reading, ma: Addison-Wesley Publishing Company, 1979).http://www.amazon.com/Theory-International-Politics-Kenneth-Waltz/dp/0075548526/ref=sr_1_1?ie=UTF8&s=books&qid=1258492750&sr=1-1 *Candidato a la Maestría en Estudios Internacionales, Universidad Torcuato di TellaBuenos Aires, Argentin
“Ayer, Una Vez Más” Implicancias Teóricas de la Crisis de la Unión Europea
En ocasiones anteriores, ya hemos hablado aquí en Letras Internacionales sobre qué hace único y distintivo al campo de las relaciones internacionales con respecto a otras disciplinas, y sobre las implicancias generales de teorizar o pensar en términos teóricos acerca del mundo. En esta oportunidad, sin embargo, hablaremos más bien sobre qué iguala a nuestra disciplina con las demás ciencias sociales. Sobre todo en lo que concierne a la teorización. Asimismo, discutiremos con cierto grado de detalle un caso paradigmático y ejemplificador como es la perdurabilidad de la Unión Europea (UE) dentro del marco de explicaciones teóricas de la disciplina. El foco principal de este ensayo está puesto en analizar las implicancias de la existencia de la UE para la teoría de relaciones internacionales; en particular, en lo que respecta a la última gran crisis europea.IEn términos generales, se considera que una teoría debiera poder cumplir dos funciones básicas. Por un lado, simplificar realidades complejas con el fin de ayudar a alcanzar ciertas explicaciones sobre relaciones causales presentes en determinados tipos de situaciones. Es decir, clarificar y dar sentido a fenómenos complejos. Y por el otro, en base a esas relaciones de causas y efectos supuestas y/o constatadas, generar expectativas y predicciones sobre futuros rumbos o resultados concretos a partir de un objeto de estudio determinado. En relaciones internacionales, así como en todas las disciplinas dentro de las ciencias sociales, el acto de teorizar está sujeto a múltiples limitaciones y dificultades.A diferencia de las ciencias “duras” o naturales, por ejemplo, donde quien teoriza tiene la capacidad de experimentar controlando su objeto de estudio —ya sea en un laboratorio o en una computadora—, y donde dicha experimentación puede ser repetida una y otra vez bajo mismas condiciones, en las ciencias sociales cada situación es, como bien dice Jean-Baptiste Duroselle, un suceso esencialmente único e irrepetible. Este punto de contraste entre ambas áreas de estudio también plantea serios obstáculos a la capacidad predictiva de las teorías. En lo exclusivamente concerniente a la teoría de relaciones internacionales, al no poder escapar a estas mismas fuertes limitaciones más generales, ésta va necesariamente detrás de los hechos. En otras palabras, en nuestra disciplina, construir teorías para predecir el futuro es un acto más de fe que de ciencia exacta. A lo sumo, el carácter predictivo de las teorías de relaciones internacionales se asemeja más a una partida de póquer que a una de truco, ya que nuestras expectativas teóricas sobre el futuro no se apoyan en adivinanzas sobre las cartas del otro (o donde es posible y hasta beneficioso “engatusar” al otro con “trucos” y “envidos”), sino en lo que comúnmente se llama “educated guesses” (o “adivinanzas educadas”). Éstas, a diferencias de las otras, son decisiones del tipo de “adivinanza”, pero que están respaldadas por estimaciones de probabilidad. Comprender dicha distinción es fundamental para evaluar cuándo estamos frente a una “predicción” simplona que bien podríamos reemplazar con el lanzamiento de una moneda, o bien cuándo estamos frente a una “prognosis”, apoyada en cierto conocimiento probabilístico y/o contextual, aunque nunca despojado por entero del gran factor homogeneizador que es la incertidumbre. Con estos elementos introductorios en consideración, veamos ahora cómo algunas de las teorías más importantes de relaciones internacionales tratan el caso de la UE, tanto en su creación como en su perdurabilidad, y los prospectos a futuro.IIDesde el fin de la Guerra Fría, el continente europeo ha brindado la oportunidad de estudiar y contrastar, en los hechos mismos, el grado de validez de muchas teorías de relaciones internacionales. En particular, ha permitido evaluar con profundidad cada una de las “predicciones” destiladas de las diferentes corrientes teóricas. La UE, en tanto caso de estudio, representa una de esas oportunidades históricas inigualables (como se ha dicho más arriba), únicas e irrepetibles, que es de gran utilidad a la hora de evaluar tanto las virtudes como las limitaciones de la teorización en relaciones internacionales.Los argumentos teóricos más importantes acerca de la UE pueden ordenarse en tres grupos. En un primer lugar, existe un grupo numeroso de trabajos que problematiza los orígenes de la UE en clave “seguridad” vs. “economía”. Según este grupo, el identificar cuáles son las motivaciones particulares iniciales detrás del proyecto de integración europea es central para la discusión del segundo grupo. Así, en segundo lugar, otro grupo de trabajos problematiza lasustentabilidad del proyecto europeo en el tiempo. Para ambos grupos, entender los orígenes de la UE en términos de amenazas a la seguridad, o de prosperidad económica, plantea grandes diferencias analíticas ya que, uno u otro rumbo, sirven por igual para sustentar distintas explicaciones con respecto a la capacidad de la UE de perdurar en el tiempo, o bien menguar lentamente, a la luz de la implosión de la Unión Soviética (URSS) en 1991. Un tercer grupo de trabajos problematiza el carácter único, distintivo e inédito del proyecto europeo. Según esta última perspectiva, la UE constituye un fenómeno nunca antes visto en las relaciones internacionales y que, por lo tanto, no puede supeditarse tan rígidamente a los mismos estándares teóricos que, por ejemplo, se aplican para entender las relaciones interestatales más vulgares.En la primera discusión, son más bien los autores realistas y neorrealistas quienes plantean de manera más sólida la tesis de la “seguridad” como el disparador de la integración europea. Principalmente, autores como Mearsheimer, Layne, Waltz, Posen, Grieco, Jones, y en especial Rosato, defienden la idea de los orígenes más bien paganos de la UE. En concreto, la UE se explica por el efecto combinado del contexto histórico de hostilidad bipolar de la Guerra Fría, la amenazante presencia cercana de la URSS, y el rol de primacía de los Estados Unidos. Para estos autores, el acercamiento entre los otrora archirrivales Francia y Alemania se explica de manera muy natural y simple por factores que la corriente realista tradicionalmente ha resaltado. Por el contrario, otro grupo sostiene que los orígenes se encuentran en la búsqueda de la prosperidad (principalmente autores liberales europeo-norteamericanos como Moravcsik, Olson, Cooper, Keohane, Hoffmann, Rosecrance; o constructivistas, como Risse-Kappen, Haas, Checkel, o Wendt). Es decir, que el motivo fundamental del acercamiento y la pacificación de las relaciones franco-alemanas, que permitió luego dar inicio a una serie de proyectos integradores a escala continental, no se debió a cuestiones mundanas de seguridad, típicamente destacadas por los realistas, sino que más bien surgió del reconocimiento por parte de los líderes del momento (una versión europea de los “padres fundadores”) de que la lucha, el antagonismo y la confrontación crónica de las relaciones europeas sólo había llevado a los países del continente a una posición relegada y disminuida en las relaciones internacionales. En resumidas cuentas, la versión realista de los orígenes de la UE se apoya en consideraciones de seguridad, supervivencia, temor a un enemigo común, y a la presencia protectora del paraguas militar norteamericano. El momento clave para los realistas es, pues, el Tratado de Dunkirk (1947) y el Tratado de Bruselas (1948). Para la versión liberal-constructivista, los puntos de inicio son 1951, año de la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), y más formalmente 1957, con el Tratado de Roma.En la segunda discusión, nuevamente se da un corte entre realistas, por un lado, y tanto liberales como constructivistas, por el otro. Los primeros sostienen que dada la naturaleza de seguridad de los orígenes de la UE, su evolución y sustentabilidad en el tiempo están estrechamente ligadas a los mismos factores. En concreto, sostienen que en la medida en que tanto la actual Federación Rusa no pueda reemplazar en igual grado de amenaza y antagonismo a la otrora URSS, como que el compromiso norteamericano mengue, las fuerzas estructurales en juego hacia el mantenimiento de una UE coherente y unificada se debilitarán. Como consecuencia principal, para los realistas, la UE en tanto una institución internacional se encuentra en jaque hoy más que nunca ya que los incentivos que le dieron origen y justificación actualmente han desaparecido o están en un franco proceso de retirada. Los segundos, compuestos tanto por liberales como por constructivistas, sostienen una visión mucho más optimista de la UE. Se apoyan en los clásicos argumentos liberales relacionados al rol estabilizador y homogeneizador de las instituciones internacionales por sobre el comportamiento exterior de los estados, así como por sobre las identidades y la configuración de sus preferencias de política exterior. En este sentido, la institución internacional que todos llamamos “Unión Europea” ha cobrado vida por sí misma y, ahora, su perdurabilidad depende de sí y ya no de elementos típicamente realistas. El impacto por sobre los estados-miembro de la UE no sólo se da en el plano institucional, sino también en el de las identidades y la identificación con la forma de gobierno democrático-republicana, y ciertos valores y principios generales que incluyen, pero van más allá, de la declaración de los Derechos Humanos y las normas del derecho internacional.Por último, en la tercera discusión, un grupo pequeño pero creciente de autores da por tierra con todos los argumentos anteriores, ubicándolos en el plano del anacronismo y la obsolescencia. Desde esta nueva perspectiva, las herramientas teóricas tradicionales de la disciplina (y particularmente las provenientes del realismo), ya son parte del pasado, de una forma ya anticuada de ver el mundo, y de una concepción de las relaciones internacionales anclada en una etapa anterior de la evolución del sistema internacional. Por ello, la UE exige la elaboración de nuevos enfoques y herramientas analíticas, de un carácter mucho más original y sui generis. Muchos de los autores dentro de esta última corriente se ubican en lo que comúnmente llamamos teorías del “post-modernismo” en relaciones internacionales, aunque también muchos autores liberales y constructivistas suelen aportar ideas interesantes en este otro campo. Uno de los trabajos más característicos de esta discusión es el libroInternational Relations and the European Union, editado por Hill y Smith en 2005. Esta obra ya clásica, demuestra en todo su esplendor el argumento en pos de una concepción distintiva e inédita sobre la UE, presentando una pléyade de autores que recorren el espectro liberal, de sociedad internacional, marxistas y neo-marxistas, así como otros de difícil categorización.IIIEn suma, entonces, como hemos visto existen diversos tipos de explicaciones teóricas con respecto a los orígenes, el desarrollo y el carácter de la UE, y cada uno de ellos se condice de manera coherente con los preceptos básicos de cada corriente teórica. Sin embargo, aún resta por aclarar algunos aspectos relacionados a la predicción o prognosis de estos mismos enfoques. Por un lado, y si pausamos por un momento los alegatos del tercer grupo, podemos decir que tanto las teorías realistas como las liberales y las constructivistas poseen elementos claramente distintivos unos con otros y que generan potenciales escenarios a futuro de manera clara y coherente. Para unos, más pesimistas, el futuro de la UE está ligado a las condiciones de seguridad iniciales, y dado el actual entorno internacional, su futuro es incierto y problemático. Para otros, más optimistas, las condiciones iniciales de búsqueda de prosperidad económica plantean escenarios prospectivos de otra índole, más estables y duraderos, aún a pesar de los grandes cambios en el entorno.Como conclusión, debemos regresar a nuestro punto de inicio. Dado que, como se ha dicho al comienzo, la teorización en ciencias sociales va más bien por detrás de los hechos, momentos como el actual constituyen una instancia inigualable de testeo de muchas de las premisas y predicciones teóricas de nuestra disciplina. Plantear cuáles perspectivas o autores arrastran más peso sería traicionar los principios planteados por nosotros mismos en este ensayo. Sin embargo, sí puede mencionarse la constante renovación y ascenso en importancia de distintas teorías en distintos momentos históricos de la UE; es decir, el constante estado de auge y declive de ciertos grupos de explicaciones por sobre otras. En los últimos diez años, las corrientes liberales y constructivistas, así como también las post-modernas, parecían reinar por sobre las más tradicionales, simplistas y añejas perspectivas; parecían verse constatadas de manera irrefutable por los hechos. Sin embargo, cual ave Fénix, estas mismas perspectivas se han quedado mudas frente a los renovados embates mundanos de las corrientes siempre-escépticas y más pesimistas de la UE y las relaciones internacionales más en general. De hecho, uno podría argumentar que no son estos embates en sí quienes han descolocado a las explicaciones optimistas de la UE, sino la evidencia de los hechos en sí. Si bien aún es muy temprano para declarar quiénes han sido refutados y quiénes revalidados, las tendencias son cada vez más claras en el sentido contrario a los defensores de la perdurabilidad de lo inédito y lo imaginado. Todo pareciera indicar que el cambio cualitativo en las relaciones internacionales (es decir, uno que modifique sustancialmente y haga trascender la condición “anárquica” o descentralizada del sistema de estados) es más difícil incluso de lo que muchos escépticos creen. Todo pareciera indicar que estamos comenzando a vivir el ayer, una vez más.*Profesor, Universidad Abierta Interamericana (UAI), Buenos Aires.Maestría en Estudios Internacionales,Universidad Torcuato di Tella (Tesista).Lecturas sugeridas: Visiones generales:Filippo Andreatta, “Theory and the European Union’s International Relations”, en: Christopher Hill y Michael Smith (eds.), International Relations and the European Union(Oxford: Oxford University Press, 2005).Simon Collard-Wexler, “Integration Under Anarchy: Neorealism and the EU”, European Journal of International Relations, Vol. 12, No. 3 (2006), pp. 397-432.Joseph M. Grieco, “The Maastricht Treaty, Economic and Monetary Union and the Neo-Realist Research Programme”, Review of International Studies, Vol. 21 (1995), pp. 21-40.Visiones realistas y neorrealistas:John J. Mearsheimer, “Back to the Future. 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Mearsheimer, “Correspondence. Back to the Future, Part III: Realism and the Realities of European Security”, International Security, Vol. 15, No. 3 (Winter 1990/91), pp. 216-222.Andrew Moravcsik, “In Defense of Europe”, Newsweek (May 30, 2010). Disponible en:www.newsweek.com/2010/05/30/in-defense-of-europe.html.Thomas Risse, “Social Constructivism and European Integration”, en: Antje Wiener y Thomas Diez (eds.), European Integrations Theory (Oxford: Oxford University Press, 2004), pp. 159-176.Robert O. Keohane y Lisa L. Martin, “The Promise of Institutionalist Theory”, International Security, Vol. 20, No. 1 (Summer 1995), pp. 39-51.Joseph Jupille, James A. Caporaso y Jeffrey T. Checkel, “Integrating Institutions. Rationalism, Constructivism, and the European Union”, Comparative Political Studies, Vol. 36, No. 1/2 (February/March 2003), pp. 7-40.John G. Ruggie, “The False Premise of Realism”, International Security, Vol. 20, No. 1 (Summer 1995), pp. 62-70.Visiones post-modernas: Christopher Hill y Michael Smith (eds.), International Relations and the European Union(Oxford: Oxford University Press, 2005). En especial, ver cap. 1 y cap. 18.Karen Smith, “The European Union: A Distinctive Actor in International Relations”, The Brown Journal of World Affairs, Vol. 9, No. 2 (Winter/Spring 2003), pp. 103-113.Alex Warleigh, “Learning from Europe? EU Studies and the re-thinking of ‘International Relations’”, European Journal of International Relations, Vol. 12, No. 1 (March 2006), pp. 31-51
La búsqueda de la primacía por otros medios
Comentario del artículo de John J. Mearsheimer, “Imperial by Design”, The National Interest, No. 111 (Jan/Feb 2011), pp. 16-34.Desde el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos se ha visto envuelto en un continuo proceso de búsqueda, re-definición, y autocrítica con respecto a los lineamientos fundamentales de su conducta internacional. En un mundo ya sin la presencia de la Unión Soviética, la identificación de las amenazas a la seguridad nacional estadounidense se ha vuelto una tarea mucho más compleja, aunque aún muy necesaria. En paralelo a todo este proceso, las diversas perspectivas teóricas de nuestra disciplina juegan un rol fundamental en tanto que brindan herramientas analíticas no sólo para quienes debaten los asuntos políticos internacionales, ya sea en un aula o públicamente, sino también para aquellos que deben diseñar políticas y tomar decisiones en nombre del estado. Por medio de la colocación de ciertos acentos y de diversos niveles de enfoque, cada una de las grandes teorías de relaciones internacionales permite navegar el turbio mar del día a día de los asuntos internacionales; y en definitiva, ayudan a separar la hojarasca y lo anecdótico, de aquello que es más relevante.En el último número de The National Interest, John J. Mearsheimer, profesor de la Universidad de Chicago en los EE.UU. y exponente destacado de la vertiente más dura del realismo estructural, realiza una muy necesitada revisión, actualización y crítica del tradicional debate sobre las opciones estratégicas futuras de EE.UU. En principio, Mearsheimer logra captar magistralmente los aspectos centrales fundamentales de cada estrategia y relacionarlas con las distintas corrientes teóricas de la disciplina. Más importante aún, consigue destilar en cada caso las implicancias políticas a largo plazo de perseguir o no ciertas estrategias y explicaciones teóricas. Esto constituye, luego, la materia prima con la cual Mearsheimer moldea sus críticas al liberalismo y al neoconservadurismo estadounidense.En su artículo, John J. Mearsheimer plantea una lectura mordaz y contundente sobre el debate en torno a cada una de estas preguntas. Haciendo eco de sus credenciales realistas, Mearsheimer dedica gran parte de su trabajo a desbancar el “profundo sentimiento de optimismo acerca del futuro” (p.16) que ha llegado a predominar en EE.UU. desde el fin de la Guerra Fría. Este optimismo, Mearsheimer explica, puede verse con claridad tanto en el discurso político de estadistas como Clinton o Albright, como también en la prédica de pensadores, escritores y académicos como Francis Fukuyama y Charles Krauthammer. Ambos grupos por igual, según Mearsheimer, son los responsables por la instauración de un “consenso” liberal político y económico que, además de un “peligroso optimismo”, buscan implantar de la democracia por el mundo, la profundización del proceso de globalización y la consolidación definitiva de un sentido de “fin de la historia”. Según el autor, sin embargo, “los resultados han dejado al país en una situación desastrosa” (p.16).En lo que respecta a la política exterior estadounidense, Mearsheimer sostiene que existe un ya conocido conjunto de opciones estratégicas o diseños de “grand strategy” (Posen & Ross 1996/97; Kohout III et al. 1995; Nacht 1995) que emanan de la rica historia política del país, que se entremezclan con elementos de su cultura política, y que alimentan el actual debate sobre qué rumbo debe tomar el país de cara al siglo XXI (cfr. Russell-Mead 2002; Jentleson 2010; Dueck 2006). En resumidas cuentas, sostiene el autor, existen tres grandes tipos de estrategias identificadas por la literatura especializada: en primer lugar, y tal vez la más venerada por quienes ven en los Padres Fundadores valores y principios aún aplicables a la actualidad, existe la opción del aislamiento. Los elementos principales de esta primera alternativa son, según algunos de sus exponentes actuales (Tucker 1972; Nordlinger 1995; Gholtz et al. 1997), la concentración casi exclusiva en el Hemisferio Occidental como la zona prioritaria de los intereses vitales estadounidenses y la adopción de una actitud neutral y prudente frente a las posibilidades de expansión más allá de estos límites, en busca de ganancias económicas o poder. Una segunda opción estratégica es el involucramiento selectivo, la cual incorpora (además del Hemisferio Occidental) a Europa, Noreste de Asia y al Golfo Pérsico como áreas vitales donde EE.UU. debiera mantener una presencia militar clara y contemplar el uso de la fuerza llegado el caso extremo de ser ello necesario (Art 1991; Chase et al. 1995).En tercer lugar, la favorita de casi todos los realistas en EE.UU. (incluyendo a Mearsheimer): el equilibrio extra-continental. Esta tercera opción estratégica también pone el énfasis en las regiones de Europa, Noreste de Asia, Golfo Pérsico y, por supuesto, el continente Americano, pero con la importante diferencia de que la presencia militar en tales regiones debe hacerse de una manera más indirecta. En otras palabras, mientras que el involucramiento selectivo plantea para los EE.UU. un rol de sheriff o “policía internacional”, patrullando estas regiones estratégicas y manteniendo una presencia vigilante constante “en las calles” de la política mundial, por su parte el equilibrio extra-continental plantea un rol ya no de policía sino algo más cercano al de “bombero internacional”. A diferencia de un rol de policía mundial, un bombero no patrulla sino que permanece preparado en su cuartel de bomberos a la espera de la llamada de auxilio. Gracias a esta analogía, es posible observar que este otro rol planteado por la estrategia del equilibrio extra-regional, no obstante, demanda dos elementos cruciales: uno, que en cada una de las regiones consideradas vitales haya “tomas de agua” listas para ser utilizadas (es decir, presencia de aliados, bases militares, despliegue de flotas en los océanos cercanos, etc.), y dos, vecinos dispuestos a intentar “apagar el fuego” por sí solos de forma que, sólo una vez agotados todos sus recursos regionales, sea EE.UU. quien recurra a solucionar los problemas en dicha región. Puesto en términos más académicos, EE.UU. actuaría sólo como equilibrador de último recurso. Como se puede notar, la diferencia entre ambos roles no es menor ya que generan consecuencias políticas muy disímiles.Las tres opciones estratégicas mencionadas hasta aquí han sido comúnmente identificadas y discutidas en profundidad durante los últimos quince o veinte años por quienes estudian la política exterior estadounidense. En su artículo, sin embargo, Mearsheimer incorpora a la discusión dos nuevas estrategias: por un lado, la búsqueda de la construcción de un orden liberal internacional, y por el otro, la búsqueda de la construcción de un “imperio” norteamericano. La primera estrategia, netamente liberal, plantea una alternativa más viable y “americana”, acentuando la promoción de la democracia (sobre todo en el Oriente Medio) y la defensa de las instituciones internacionales liberales. Dentro de este esquema, EE.UU. juega un rol central en tanto que representa el primer estado hegemónico en la historia de corte liberal, lo cual lo convierte, según el argumento, en un líder internacional benévolo y más pacífico. A su vez, y dado esto último, se vuelve posible la construcción de un orden mundial apoyado en el liderazgo estadounidense, a través de instituciones globales, que limiten y amplifiquen según el caso el poder de los estados. También central para esta corriente es la idea más reciente de la conformación de una “coalición de democracias” que aceleren y comanden la construcción de este orden liberal global (Ikenberry 2001; Slaughter 2004; Ikenberry & Slaughter 2006).La segunda de estas otras estrategias, la del “imperio”, que en realidad posee una larga historia, durante los últimos años ha tomado una nueva relevancia gracias al resurgimiento del pensamiento neoconservador en EE.UU. durante la última administración Bush (Halper & Clarke 2004). Compartiendo ciertas premisas elementales con el liberalismo, como por ejemplo la idea de la promoción de la democracia (Kagan 2008), o el foco en Oriente Medio como objetivo central de aplicación (Kaplan & Kristol 2003), pero distanciándose principalmente en temas concernientes al rol y uso de las instituciones y del poder militar (Kagan & Kristol 2000), los neoconservadores proponen que EE.UU. haga uso directo de su preeminencia militar para pacificar la política internacional, construyendo una suerte de pax americana que solidifique este status quo particular en el tiempo. En definitiva, mientras la visión liberal de orden coloca a EE.UU. en el rol de líder, dentro de una coalición de potencias liberales, bajo un contexto de promoción de la democracia y con una autolimitación al poder emanada de instituciones internacionales estables; la visión neoconservadora, en cambio, coloca a EE.UU. en un rol más bien de imperio benévolo, ávido y listo para hacer uso de su preeminencia militar, y en total descreimiento de la utilidad de las instituciones internacionales en la consecución de este tipo de orden global.Al incorporar estas dos “nuevas” estrategias, debe reconocerse que Mearsheimer no sólo ha logrado enriquecer el debate sobre las opciones estratégicas estadounidenses, ampliándolo y actualizándolo aún más, sino que también ha permitido hacer una más clara y honesta (re)evaluación sobre los elementos teóricos detrás de cada una de ellas, y sobre las implicancias políticas reales de seguir ciegamente uno u otro camino. Frente a las más cruciales interrogantes de momento para quienes deben tomar decisiones en EE.UU., como por ejemplo: ¿Cuál es la mejor manera de solucionar el problema del terrorismo internacional?; ¿Cómo reaccionar política y económicamente al raudo ascenso de China en la escena internacional?; ¿Cómo administrar los vastos intereses globales estadounidenses con la actual crisis económica nacional e internacional?, Mearsheimer sugiere que la opción del equilibrio extra-continental u off-shore balance es la mejor manera no sólo de dar una respuesta a estas cuestiones, sino también al más acuciante dilema de cómo sostener el rol de preeminencia global de cual goza EE.UU. desde el derrumbe soviético. Y es aquí desde donde, tal vez, se pueda criticar a Mearsheimer desde una perspectiva sudamericana, si se quiere.Para Mearsheimer, la opción del equilibrio extra-continental se encuentra en una categoría única en sí misma, separado del resto de las demás (inferiores) estrategias. En principio, permitiría minimizar costos, maximizar beneficios, y volver más segura (y no más insegura) la actual posición de primus inter pares de EE.UU. Sin embargo, en palabras de Mearsheimer y de otros realistas contemporáneos (Posen 2007, Walt 2005), pareciera ser como si el equilibrio extra-continental realizara proclamas de superioridad tanto prácticas como morales en lo que respecta a la política exterior de la superpotencia que, en realidad, son altamente debatibles. A los ojos de Mearsheimer, esta estrategia permitiría no sólo solucionar el problema del terrorismo internacional, sino también los profundos desequilibrios fiscales estructurales del país y –más sencillo aún– la cuestión de la mala imagen estadounidense en el mundo. No obstante, existe un conjunto de serios problemas con la magnitud de estos alegatos: el caso de China y la paradoja del declive hegemónico.En lo que concierne al ascenso de China en la escena internacional, tanto Mearsheimer como otros realistas (Mearsheimer 2006; Layne 2008) se ven enfrascados en un dilema. Por un lado, son conscientes que China puede, o puede que no, llegue a desafiar la preeminencia estadounidense. En parte, uno u otro resultado se deberán a las decisiones de los líderes y estados involucrados en el proceso histórico. Sin embargo, como buenos neorrealistas, el particular énfasis que estos académicos ponen en la estructura no les deja muchas opciones a elegir más allá de la “inevitabilidad estructural” de un conflicto con China (Mearsheimer 2010). Esto, entonces, plantea una suerte de profecía de auto-cumplimiento desde la cual es difícil escapar desde el neorrealismo duro, y que, conjugado con la idea del equilibrio extra-continental, genera serias dudas sobre realmente cuán seguro haría a EE.UU. el perseguir tal camino. Asimismo, en lo que respecta a la durabilidad de la hegemonía estadounidense, la estrategia de equilibrio extra-continental plantea grandes ambigüedades.En su versión original (Layne 1997), el off-shore balancing era visto como la mejor estrategia para “administrar el declive hegemónico”. Después de todo, la idea misma de esta estrategia fue repensada a partir de la experiencia británica en el siglo XIX y de cómo ésta potencia “administró” su propio declive con maestría y pericia. En manos de Mearsheimer, sin embargo, el equilibrio extra-continental es presentado como la mejor estrategia para prolongar la primacía de EE.UU. En otras palabras, para Mearsheimer esta estrategia se vuelve no una suerte de receta para superpotencias de la tercera edad, sino más bien una píldora para permanecer siempre joven. Con esto, también, Mearsheimer genera no sólo que sus enérgicas críticas a los “imperialistas liberales” y a los “imperialistas neoconservadores” se tornen más ambiguas, sino que también el respeto por la venerable tradición realista hacia el equilibrio extra-continental se esfume rápidamente, si no por desencanto, entonces por impracticabilidad. Si el foco más duro de la crítica de Mearsheimer hacia las demás estrategias se centra en que, al defender una forma de “imperio americano” éstas generan todos los problemas de seguridad actuales (como el terrorismo, la bancarrota financiera por el excesivo gasto de sostener un involucramiento activo permanente en el mundo, etc.), pierde sentido el proponer una estrategia “alternativa” que, de fondo, posee los mismos objetivos: permanecer en la cumbre. Al final del día, pareciera ser que no hay tantas diferencias entre liberales y “liberales con esteroides” (o neoconservadores), y quienes se dicen “realistas”. En manos de Mearsheimer, el realismo deja de apoyarse en la idea del equilibrio como una herramienta de estabilidad internacional, y adquiere el potencial de convertirse en un medio alternativo para el mismo fin liberal y neoconservador de congelar la historia. En definitiva, la interpretación de Mearsheimer convierte la discusión en algo más banal; en un simple debate sobre distintos medios para alcanzar un mismo fin.En conclusión, la gran pregunta, que atraviesa transversalmente a toda la discusión sobre las opciones estratégicas de EE.UU. luego del fin de la Guerra Fría, al parecer sigue siendo ¿cómo pretender sostener una posición de preeminencia internacional sin devenir en un proyecto imperial en el largo plazo? Si la idea del equilibrio extra-continental ha de retener cierto valor y utilidad, es sólo en su versión moderada, proponiéndose un único y simple rol, más humilde y prudente, de ayudar a las superpotencias a declinar con dignidad. Es, en última instancia, una receta para las potencias en declive; una forma suave, gentil y honorable de dar paso a la historia. En cualquiera de sus otras formas, el equilibrio extra-continental no es más que la búsqueda de perpetuar la primacía estadounidense por otros medios. *Profesor, Universidad Abierta Interamericana (UAI), Buenos Aires.Maestría en Estudios Internacionales,Universidad Torcuato di Tella.Referencias bilbiográficas:Art, Robert (1991): “A Defensible Defense: America’s Grand Strategy After the Cold War”, International Security, Vol. 15, No. 4 (Spring), pp. 5–53.Chase, Robert S.; Emily B. Hill & Paul Kennedy (1996): “Pivotal States and U.S. Strategy,” Foreign Affairs, Vol. 75, No. 1 (January/February), pp. 33-51.Dueck, Colin (2008): Reluctant Crusaders: Power, Culture, and Change in American Grand Strategy (Princeton University Press).Gholtz, Eugene; Daryl G. Press & Harvey M. Sapolsky (1997): “Come Home America: The Strategy of Restraint in the Face of Temptation”, International Security, Vol. 21, No. 4 (Spring), pp. 5-48.Halper, Stefan & Jonathan Clarke (2004): America Alone: The Neo-Conservatives and the World Order (Cambridge University Press).Ikenberry, G. John & Anne-Marie Slaughter (2006): Forging a World of Liberty Under Law. U.S. National Security in the 21stCentury, Final paper of the Princeton Project on National Security, September 27, pp. 1-96.Ikenberry, G. John (2001): After Victory (Princeton University Press).Jentleson, Bruce W. (2010): American Foreign Policy: The Dynamics of Choice in the 21st Century (W. W. Norton & Company, 4th edition).Kagan, Robert & William Kristol (2000): Present Dangers: Crisis and Opportunity in America's Foreign and Defense Policy(Encounter Books).Kagan, Robert (2008): The Return of History and the End of Dreams (Alfred. A. Knopf).Kaplan, Lawrence F. & William Kristol (2003): The War Over Iraq: Saddam's Tyranny and America's Mission (Encounter Books).Kohout III, John J.; Steven J. Lambakis; Keith B. Payne; Robert S. Rudney; Willis A. Stanley; Bernanrd C. Victory & Linda H. Vlahos (1995): “Alternative Grand Strategy Options for the United States”, Comparative Strategy, Vol. 14, No. 4, pp. 361-420.Layne, Christopher (1997): “From Preponderance to Offshore Balance. America’s Future grand Strategy”, International Security, Vol. 22, No. 1 (Summer), pp. 86-125.Layne, Christopher (2008): “China’s Challenge to U.S. Hegemony”, Current History, Vol. 107, No. 705 (January), pp. 13-18.Mearsheimer, John J. 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Walt, Stephen M. (2005): “In the National Interest. A grand new strategy for American foreign policy”, Boston Review, Vol. 30, No. 1 (February/March), pp. 6-23
“El Hombre, el Estado y… el Blog”. Límites y posibilidades del uso del internet en el estudio de las relaciones internacionales
Durante los últimos años, la disciplina de las relaciones internacionales ha venido incorporando con gran rapidez algunos de los avances tecnológicos más variados. El rápido crecimiento y difusión del internet ha sido un elemento clave en la nueva forma de estudiar y hacer relaciones internacionales. La interconexión casi instantánea de distintas partes del planeta ha permitido que la información (ya sea en forma de texto, imagen o audio) se vuelva un recurso disponible de manera continua y, en gran parte, de forma gratuita o a muy bajo costo. En este contexto, el estudio de las relaciones internacionales ha incorporado en el último tiempo el fenómeno de los blogs y las redes sociales. Esta suerte de “diarios personales” online han crecido exponencialmente sobre todo en los Estados Unidos, donde profesores, académicos y hasta incluso estadistas pueden “postear” en cualquier momento sus opiniones o pensamientos con respecto a temas de la política o la economía internacionales. Asimismo, van más allá de la mera publicación de avisos, comentarios y opiniones, y constituyen un espacio descontracturado y más informal para probar el grado de aceptación de algunas nuevas (y hasta a veces algo alocadas) ideas. En esta oportunidad, analizaremos algunas de las más llamativas de estas nuevas conjeturas publicadas en blogs de académicos y profesores de nuestra disciplina. En especial, vamos a concentrarnos en una cierta moda de los últimos años que se basa en presentar novedosas “teorías” de relaciones internacionales haciendo analogías con series de televisión, personajes de comic, géneros de películas, y hasta incluso con el más vulgar conocimiento popular. Por último, haremos una revisión crítica de la utilidad y propósito de este creciente fenómeno en nuestra disciplina. I Para el estudiante de las relaciones internacionales, ser un conocedor de la “@” y la “www” se ha vuelto algo indispensable. Hoy en día, es casi imposible mantenerse informado de los sucesos del mundo sin el acceso a una buena computadora y una aceptable conexión de internet. No obstante, el poseer la tecnología aún no se equipara con el saber utilizarla; o mejor debiera decir “saber utilizarla bien”. Una rápida consulta a un sitio web confiable y consistente nos puede ahorrar cientos de horas de (mal) búsqueda y (mala) lectura. En lo que respecta a la teoría de las relaciones internacionales, un fenómeno reciente ha sido el auge de ciertas nuevas conjeturas teóricas apoyadas en analogías y comparaciones algo superficiales de conocimiento convencional. Estas “teorías bloggeras”, como bien podríamos llamarlas, son la moda del momento. Por ello, merecen un análisis cuidadoso y certero de sus fortalezas y debilidades. Comencemos primero por tomarnos los argumentos con la misma seriedad de quienes las postulan, e intentemos luego sopesar los argumentos más en perspectiva. A comienzos del 2009, la revista Foreign Policy abrazó esta nueva tendencia creando una sección especial en su sitio web oficial para que algunos de los más reconocidos académicos y políticos norteamericanos pudieran mantener día a día un registro de sus opiniones y pensamientos. Con la creación oficial de estos blogs de relaciones internacionales, dentro del marco de la revista, no sólo se buscó la promoción comercial de Foreign Policy en sí sino también el entablar un contacto algo más informal y participativo entre los lectores y algunos de sus mayores exponentes. En este marco, Daniel W. Drezner, un reconocido analista internacional y profesor de la Fletcher School of Law and Diplomacy, en la Tuft University, abrió una caja de pandora en el mes de agosto pasado al publicar una hilarante aplicación de la teoría de relaciones internacionales para entender un hipotético escenario en donde los zombies fuesen reales. En su ensayo, titulado “Teoría de la Política Internacional y los Zombies”, Drezner, fiel a su sarcástica pero punzante forma de escribir, lleva casi al extremo algunas de las principales hipótesis neorrealistas, liberales y constructivistas para aventurar cómo verían al mundo cada una de estas escuelas teóricas luego de una invasión zombie. En su ensayo, si bien Drezner se apoya en un estudio matemático realizado por una universidad canadiense con meros fines “explorativos”, no existe la más mínima intención de plantear conclusiones con gran seriedad sino más bien de escribir un artículo provocador y bastante divertido. Quienes navegan la web, sin embargo, parecen no haber entendido este último pero crucial punto. Los comentarios al post original de Drezner, por ejemplo, rápidamente fueron subiendo de tono y terminaron generando un exagerado debate (un ya clásico “debate bloggero”) que sobrepasa en extensión al ensayo inicial de Drezner. Como el mismo autor lo ha planteado, lo que comenzó como un simple post mañanero ha terminado tomando una vida propia. En los meses subsiguientes, Drezner atendió a los pedidos de sus lectores y de los directivos de Foreign Policy, y preparó un artículo algo más extenso y elaborado que finalmente salió a fines de agosto en el nro. oficial de la revista. Para fines de 2010, Drezner ya ha acordado con Princeton University Press la publicación del libro. Otro de los casos-web más resonantes entre quienes estudian las teorías de relaciones internacionales, es la “teoría geopolítica de Linterna Verde” [sic] propuesta por Matthew Yglesias, un reconocido “bloggero”, egresado de Harvard, y devenido en comentarista político online para The Atlantic y The American Prospect. Esta intrigante “teoría” se basa en una analogía con el famoso superhéroe de los comic “Linterna Verde”, quien según la historieta conforma un cuerpo interestelar de mantenimiento de la paz. Estos pacificadores son pertrechados con un “anillo del poder” (el arma más poderosa del Universo) para poder llevar a cabo sus misiones. Según relata Yglesias, estos anillos otorgan un poder casi absoluto a quienes los portan. Los límites a su poder se encuentran sólo en los límites de imaginación del portador. Por ello es que se vuelve indispensable que quien porta el anillo posea la capacidad de sobrepasar sus propios miedos. En defintiva, el artículo de Yglesias es un análisis altamente crítico de la forma de entender el mundo durante los años de George Bush hijo. Según el autor, se ha vuelto muy común entender en una misma sintonía a la del “anillo de poder” de Linterna Verde a la actual posición norteamericana de hegemonía global y a los posibles usos de su poder militar. Esta peculiar perspectiva a generado numerosas repercusiones para las finanzas y la economía internacional (por ejemplo, ver aquí y aquí). La gran diferencia entre Drezner e Yglesias, más allá de las credenciales profesionales, es que Drezner no escribió su ensayo con seriedad sino como un divertimento para los entendidos, algo así como un “inside joke”. El post de Yglesias, así como el de muchos otros (y que por cuestiones de espacio no veremos aquí) parten del supuesto de que estas “teorías bloggeras” merecen ser estudiadas con profundidad y seriedad. En base a ello, se toman posturas a favor o en contra (generalmente en términos extremos), y se desarrollan largas discusiones online. Sin embargo, aún nadie se ha replanteado cuán útil son estas nuevas conjeturas (más allá de una divertida y corta lectura al paso) para la disciplina de las relaciones internacionales. Es decir, si constituyen un fenómeno constructivo, o si son más bien una pérdida de tiempo. II A la hora de aproximar un análisis crítico de este novedoso (aunque popular) fenómeno de las “teorías bloggeras” de la política internacional, trataremos de no caer exclusivamente en definiciones igualmente extremas tanto a favor como en contra. Veamos también cuáles son los incentivos y los limitantes. En primer lugar, debemos mencionar que, a diferencia de un libro o un artículo académico, la extensión del formato blog es muy limitada. Por ello, las ideas sólo pueden ser presentadas de manera esquemática y reducida, a veces incluso de manera caricaturizada. En este contexto, entonces, no es difícil entender el porqué de la popularidad en el uso de figuras conocidas como superhéroes de los comics, ya que ello ayuda en gran parte a presentar ideas medianamente complejas de manera rápida y efectiva. La tentación pasa, así, por querer evitar las largas pero necesarias explicaciones sobre moralidad y la necesidad de la prudencia en la política internacional, y reemplazarlo todo por una buena cita del Hombre Araña: “con todo gran poder, viene una gran responsabilidad”. En segundo lugar, para quienes ocupan un rol semi-institucional en la web, como los mencionados expertos que contribuyen en el blog de Foreign Policy, la presión de escribir dentro de determinados lapsos de tiempo, como por ejemplo: una vez cada tres días, genera un potencial agotamiento de los temas sobre los cuales escribir. No sólo debe uno prestar cuidado a lo que escribe, sino a cómo lo hace. Los tiránicos plazos de tiempo de la web claramente conspiran contra la calidad de muchos de los posts de relaciones internacionales. Al constante apuro de publicación, debe sumársele el corto tiempo para procesar los argumentos y sopesar las conclusiones que ello mismo conlleva. Por lo general, un buen argumento o hipótesis necesitan de un profundo proceso de peer-review antes de salir al mundo. De esa manera, nacen con más solidez y aumentan su calidad académica ya que atienden las potenciales críticas con anticipación. El caso de Drezner merece ser tenido en cuenta porque es, indiscutiblemente, el caso paradigmático de esta nueva tendencia. De un simple post, a un artículo, y próximamente a formato libro, su “teoría” es una primera experimentación en la posible utilidad didáctica (tal vez) de ejercitar con las teorías tradicionales de la disciplina. Sin embargo, no debe olvidarse que si hay algo que justifica la existencia de la “teoría de relaciones internacionales”, ello es que debe ayudar a quienes toman decisiones en nombre del Estado. Dudo mucho que la publicación de un libro sobre “la problemática zombie en las relaciones internacionales” ayude a alguien más que a su autor, financieramente. En definitiva, creo que esta nueva oleada de conjeturas teóricas en clave popular si bien es un ejercicio muy didáctico, divertido y algo descontracturante para quienes estudiamos estos temas día a día, no debe tomarse muy en serio. Tampoco debieran disparar, por ejemplo, largos debates desde posturas extremas o, ni mucho menos, en términos absolutos, como ya lo ha dicho Obi-Wan Kenobi. Si de hacer analogías se trata, creo que difícilmente pueda uno encontrar una mejor fuente de creatividad e inspiración, e incluso de fuentes didácticas, que la infalible literatura. El señor de las moscas de William Golding, Rebelión en la granja, de George Orwell, o El hombre que era jueves, de Gilbert Chesterton, por ejemplo, vienen a la mente. Las modas, en definitiva, son sólo eso: indicadores de tendencia y cosas pasajeras. Sin embargo, la teoría debe basarse en la esencia de las cosas, en lo perdurable. Por todo ello, sigo sosteniendo, no hay nada como los clásicos. *Profesor, Universidad Abierta Interamericana (UAI), Buenos Aires. Maestría en Estudios Internacionales,Universidad Torcuato di Tella (Tesista)
El estudio de la seguridad en América del Sur: Una visión (crítica) alternativa
Durante todo este año, la sección Enfoques se ha concentrado en presentar semana tras semana noticias, temas y autores muy diversos, tratando siempre de no perder de vista los aspectos más teóricos de la disciplina, y tratando de brindar versiones a veces contrapuestas (y a veces complementarias) de una forma lo más plural y abiertamente posible. En mi caso en particular, y a pesar de sostener ideas algo controvertidas o impopulares por estas latitudes, he tenido el privilegio de compartir libremente con Uds., los lectores, mis ideas y opiniones en más de una ocasión. Y les agradezco por ello. En esta oportunidad, quisiera hacer honor al mismísimo espíritu abierto y plural de Letras Internacionales presentando una vez más una visión alternativa sobre algunos de los elementos que hacen al estudio de la seguridad regional tal cual fueron planteados en ediciones previas de Letras. En los párrafos siguientes, intentaré construir un caso alternativo para la comprensión y problematización del estudio de la seguridad en América del Sur (y posiblemente extensible a América Latina más en general), apoyándome en herramientas analíticas más bien tradicionales y haciendo énfasis en algunas limitaciones de las demás posturas.***En el último tiempo, se ha vuelto un lugar común hablar de América del Sur como una “zona de paz” consolidada. Tanto en ámbitos periodísticos e informativos, como académicos, en incluso políticos (como Mercosur o UNASUR), esta creencia sobre la región en tanto algo así como una versión terrenal del Paraíso se ha instalado en el ideario y discurso colectivos. Sin embargo, las razones para apoyar una opinión tan optimista del escenario regional son aún endebles, y el resultado de lecturas incompletas e insuficientes de la seguridad regional. Es más, la difuminación general de este pensamiento generan también una situación peligrosa de “fe ciega” en características (o atributos) que los países de la región realmente no parecieran poseer.En primer lugar, la idea de América del Sur como “zona de paz” consolidada surge para muchos de un fenómeno aún inexplicado que caracteriza a la región: su marcada infrecuencia en número de guerras inter-estatales. Efectivamente, sea como sea que definamos “guerra”, la región demuestra una muy baja presencia de guerras desde principios del siglo XIX hasta la actualidad. Es cierto que han habido guerras (y muchas de ellas de gran importancia y magnitud, como la Guerra de la Triple Alianza), en términos comparativos a nivel mundial, sin embargo América del Sur es una de las regiones “más pacíficas” en este sentido estricto. Ahora bien, este raro fenómeno no se ha condicho con una baja frecuencia de conflictos a nivel sub-estatal, sino todo lo contrario. A pesar (o tal vez como consecuencia) de esta relativa “larga paz” sudamericana, la región presenta un récord terrible de violencia interna, guerras civiles, conflictos políticos, y rivalidades nacionales duraderas. Entre otras cosas, los gobiernos sudamericanos se han especializado en matar más connacionales que extranjeros a lo largo de todo el siglo XX. Esta contracara de la región no nos permite, como estudiosos de la seguridad internacional, catalogar a América del Sur como “la región más pacífica del mundo”. O al menos, no tan ligeramente.En segundo lugar, y en base a lo anterior, la idea misma de una “zona de paz” es de difícil aplicación a nuestro contexto local. El concepto fue originalmente pensado dentro del marco de la Guerra Fría y de su disolución en ciernes. De hecho, la primera vez que se usó el término “larga paz”, en tanto sinónimo de una zona de paz estable y prolongada, fue en referencia a Europa Occidental durante la segunda mitad del siglo XX. Esa “larga paz”, sin embargo, se apoyó en la presencia de dos grandes superpotencias y en la estabilidad que entre ellas primó (estabilidad entendida como ausencia de guerra directa entre sí), y en la presencia de armas nucleares (consideradas las armas de disuasión por excelencia). Además, esta relativa “paz regional” se condijo con una relativa estabilidad interna en la mayoría de los países de Europa Occidental; estabilidad que pronto dio lugar a los primeros acuerdos de integración regional y que culminaron con lo que hoy es la UE. En tal contexto histórico, único e irrepetible, donde el paraguas norteamericano como proveedor de seguridad fue crucial, hablar de “zona de paz” consolidada tiene pues cierta validez. Sin embargo, hablar en esos mismos términos para el caso sudamericano es cuanto menos algo analíticamente forzado, y cuanto mucho algo irresponsable, anacrónico e ingenuo de nuestra parte.Tercero y último, la idea de que porque durante los últimos 70 años los países de América del Sur no han hecho la guerra entre sí, ello necesariamente se condice con que la guerra ha sido erradicada de la región y que nos encontramos en una condición de ahora en más “estable” y de perpetua armonía y paz, se revela como una conclusión apresurada, inconsistente, injustificada, y bastante poco seria en términos académicos. Apresurada, principalmente porque la mera ausencia de guerra no significa “paz”. Existe una multitud de hipótesis que podrían explicar la ausencia de conflicto estatal y que no necesariamente nos hagan pensar en ésta como una característica duradera de la región; y por ello también vale el calificativo de inconsistente e injustificada. Además, las explicaciones de la paz regional permanecen aún como un arduo tema de debate.El debate académico alrededor de la “larga paz” sudamericana lleva ya casi 20 años de existencia. Comenzando a principios de los ’90, un número creciente de analistas ha estudiado desde la curiosidad propia de la Torre de Marfil nuestro caso regional de paz inter-estatal como un rompecabezas teórico. Es ampliamente compartido, por ejemplo, que ni las principales teorías realistas, liberales, ni incluso marxistas de relaciones internacionales han dado una adecuada explicación para el fenómeno. Es decir, que el conocimiento teórico tradicional acumulado no nos es de utilidad para entender las causas de la “larga paz” regional. Frente a semejante vacío intelectual, han proliferado numerosos trabajos ofreciendo hipótesis y posibles ingeniosas explicaciones sobre porqué los estados sudamericanos son tan reacios a ir a la guerra entre sí. No obstante, estas novedosas hipótesis aún presentan serias debilidades y falencias, lo que lamentablemente nos deja bastante en el lugar donde comenzamos: muchas posibles explicaciones, pero ninguna del todo convincente.En definitiva, y más allá de los detalles de cada grupo de posturas en el debate, lo importante aquí es ver que la causa (o en su defecto las causas) de la “larga paz” regional permanecen aún un tema altamente debatible. No existe un consenso tan fuerte aún como para decir con confianza que “hemos detectado la raíz de la paz sudamericana”. De hecho, considero que aún estamos bastante lejos de ello. En este contexto, entonces, qué podemos pensar o decir de aquellos estudiosos de la seguridad regional que, apoyándose en la más obvia de las observaciones (que no han habido guerras en el último tiempo), dan por cerrado el debate anunciando confiadamente que América del Sur se encuentra en un estadio de paz admirado y envidiado por todo el mundo, y que, al parecer, merece ser imitado. Mi pregunta es: ¿cómo se puede imitar algo que aún no se ha desentrañando por completo? ¿Qué cosas exactamente podrían imitar de nosotros los países de Oriente Medio o África? ¿Acaso nuestro apego al derecho internacional, tal vez? Bueno, ciertamente no somos únicos en tal respecto, y es difícil encontrar casos históricos donde solo apego al derecho internacional haya mitigado eficazmente la ocurrencia de la guerra. ¿Acaso la presencia de democracias liberales en la región, o de un esquema compartido de libre comercio regional, o de instituciones regionales (es decir, todo el paquete liberal)? Justamente, y vaya paradoja, América del Sur es uno de los pocos espacios donde democracias reconocidas como tal han guerreado entre sí, y donde durante los años de gobiernos dictatoriales en la región, éstos no sólo no guerreaban frecuentemente entre sí sino que colaboraban de forma estrecha; sirviendo así ambos casos como aislados pero importantes contra-ejemplos de las hipótesis liberales. Si una teoría o grupo de teorías presentan semejantes huecos, ¿por qué poner una fe ciega en ellos? Es por estos pequeños detalles que, de hecho, existe el consenso antes mencionado en que las principales teorías de la disciplina no aplican para el caso sudamericano. Sin embargo, algunos analistas no parecen haberse percatado de este pequeño gran detalle, y se aferran a sus teorías incluso cuando la presencia de evidencia en contra debiera darles amplio lugar para la desconfianza en la presunta validez universal de tales teorías.Por último, es necesario abordar por separado otro conjunto de teorías e hipótesis que parecieran poseer una visión mucho más acabada del cuadro regional de seguridad. Durante la última década, el constructivismo ha venido ganando adherentes tanto en los EE.UU. y principalmente en Europa, como también en nuestra región. Con respecto al caso de “larga paz” sudamericana, los trabajos constructivistas se han concentrado en destacar como causa principal que los estados de la región, como Brasil y Argentina, han cambiado sus “culturas de anarquía” e identidades compartidas. Es decir, que la paz en la región se explica por el cambio de las percepciones de Unos y Otros, de “enemigos” y antagonistas feroces a “rivales” o estados con relaciones “más normales” de conflicto y cooperación por igual. Sin embargo, cuesta ver cómo es que este tipo de enfoque puede ir más allá de esta simple, obvia y casi tautológica afirmación (“no hay guerra porque los Estados no han hecho la guerra”). Es decir, el gran desafío de los trabajos constructivistas en los próximos años va a estar en lograr demostrar con trabajos empíricos convincentes (como en el cuento de la gallina y el huevo) qué es primero, si el cambio de actitudes o el cambio del contexto. En otras palabras, un fuerte trabajo de campo va a ser necesario antes de que se pueda afirmar con cierta seguridad que las identidades, culturas y percepciones compartidas de los estados de la región son un factor causal de la paz prolongada en América del Sur, o al menos un factor relevante, o también más importante que otros factores también posibles. Mientras esperamos tales novedosos y ciertamente reveladores trabajos, es nuestra responsabilidad permanecer escépticos y prudentes frente a la creencia de que, aquí en América del Sur, “tenemos la fórmula mágica” para acabar con la guerra; que aquí en América del Sur hemos dado con una verdadera cura para el “dilema de seguridad”; y a la peligrosa idea de que nuestra actual situación es producto exclusivo de nuestro ingenio y talento, y no un subproducto del azar o del devenir de la Historia, y que por tanto puede (y merece) ser admirada y replicada por todo el mundo. Ojalá pudiéramos tener ya semejantes certezas.Ciertamente, América del Sur ha gozado de una relativa “paz” y de una sostenida ausencia de guerras entre los Estados que la componen. Sin embargo, dos elementos persisten y deben ser tenidos seriamente en cuenta. Por un lado, la velada condición anárquica (culpable en gran parte de la recurrencia general de la guerra), permanece sin resolución en nuestra región así como en el resto del mundo. Y por el otro, y sincerándonos un poco, realmente aún no sabemos porqué ni cómo América del Sur ha permanecido en relativa paz por tantos años. En este contexto, entonces, recomendar políticas y edificar instituciones de seguridad y defensa sobre tan endeble estructura es hacer justamente lo contrario de lo esperable desde la academia y las ciencias sociales; es pretender creer que sí sabemos; el faltarnos a la verdad a nosotros mismos. De aquí en más, el estudio de la seguridad regional va a necesitar de gente comprometida en el trabajo inter-disciplinario (de científicos políticos, sociólogos, diversos especialistas, historiadores, militares, y teóricos), y colaborativo (de realistas, liberales, marxistas y constructivistas, entre muchos otros) para poder construir verdadero conocimiento y así ayudar a mejorar y consolidar el —tal vez— fortuito y pasajero contexto de paz del cual nos hemos beneficiado en las últimas décadas.El primer paso hacia la buena senda posiblemente consista en abandonar progresivamente esta suerte de “guerra de trinchera” teórica que tanto ha llegado caracterizar nuestra disciplina en general; y en abrazar la idea de un trabajo más colaborativo, abierto y positivo. Como lo expresara fenomenalmente, en 1967, el gran analista británico Francis H. Hinsley:“Men run to simple and radical solutions for basic problems; there are not many simple solutions to so basic a problem as that of peace and war. Given the problem, every age will independently propound these solutions just as, given time, every civilisation will independently discover the wheel. What is surprising is the absence of development and refinement in the approach to the problemwithin the modern age. […] Only one thing is more surprising: we do not yet recognise this failure. […] We all solemnly place our hopes for peace in international theories that are quite antiquated. Every scheme for the elimination of war that men have advocated since 1917 has been nothing but a copy or an elaboration of some seventeenth-century programme—as the seventeenth-century programmes were copies of still earlier schemes. What is worse, those programmes are far more widely accepted as wisdom now than they were when they were first propagated. Nor is this the full extent of our stupidity” (p. 3). *Profesor, Universidad Abierta Interamericana (UAI), Buenos Aires.Maestría en Estudios Internacionales,Universidad Torcuato di Tella (Tesista).Bibliografía sugerida:Adler, Emanuel y Michael Barnett, eds.; Security Communities (Cambridge: Cambridge University Press, 1998).Barletta, Michael y Harold Trinkunas, “Regime Type and Regional Security in Latin America: Toward a ‘Balance of Identity’ Theory”, en T. V. Paul, James J. 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Poder, «imperio» y autonomía
El presente trabajo analiza el orden internacional actual mediante un recorte analítico propio que consta de tres dimensiones especiales consideradas como las más relevantes: el poder, su distribución unipolar y los márgenes de autonomía (relacional) de las demás potencias.
En este marco, se abordan primeramente las relaciones de poder actuales y sus diferentes manifestaciones. En una segunda sección, se analizan las fuentes estructurales y la esencia del poderío norteamericano, en sus expresiones político-militares (brecha tecnológico- militar), geográfico-estratégicas (balanceador off-shore y control de los espacios comunes globales) y económicas (mecanismos financieros e instituciones internacionales). Finalmente, se analizan los patrones de comportamiento general del resto de los actores relevantes —Rusia, China, Japón, India y la UE— para poder, así, dilucidar sus tendencias a futuro. El trabajo concluye afirmando que, dada la distribución unipolar actual, la gran mayoría de los estados están ejerciendo —tácita o implícitamente- políticas de autonomía relacional, las cuales aún no configuran un «equilibrio de poder blando» porque no se deben a una coordinación de políticas de contraequilibrio, pero que no obstante se irán «endureciendo» proporcionalmente a la profundización de la «unipolaridad imperial» en el sistema político internacional.Mesa Seguridad Internacional: Seguridad Global. La actuación de los EE.UU. en el escenario internacionalInstituto de Relaciones Internacionale
Poder, «imperio» y autonomía
El presente trabajo analiza el orden internacional actual mediante un recorte analítico propio que consta de tres dimensiones especiales consideradas como las más relevantes: el poder, su distribución unipolar y los márgenes de autonomía (relacional) de las demás potencias.
En este marco, se abordan primeramente las relaciones de poder actuales y sus diferentes manifestaciones. En una segunda sección, se analizan las fuentes estructurales y la esencia del poderío norteamericano, en sus expresiones político-militares (brecha tecnológico- militar), geográfico-estratégicas (balanceador off-shore y control de los espacios comunes globales) y económicas (mecanismos financieros e instituciones internacionales). Finalmente, se analizan los patrones de comportamiento general del resto de los actores relevantes —Rusia, China, Japón, India y la UE— para poder, así, dilucidar sus tendencias a futuro. El trabajo concluye afirmando que, dada la distribución unipolar actual, la gran mayoría de los estados están ejerciendo —tácita o implícitamente- políticas de autonomía relacional, las cuales aún no configuran un «equilibrio de poder blando» porque no se deben a una coordinación de políticas de contraequilibrio, pero que no obstante se irán «endureciendo» proporcionalmente a la profundización de la «unipolaridad imperial» en el sistema político internacional.Mesa Seguridad Internacional: Seguridad Global. La actuación de los EE.UU. en el escenario internacionalInstituto de Relaciones Internacionale
Poder, «imperio» y autonomía
El presente trabajo analiza el orden internacional actual mediante un recorte analítico propio que consta de tres dimensiones especiales consideradas como las más relevantes: el poder, su distribución unipolar y los márgenes de autonomía (relacional) de las demás potencias.
En este marco, se abordan primeramente las relaciones de poder actuales y sus diferentes manifestaciones. En una segunda sección, se analizan las fuentes estructurales y la esencia del poderío norteamericano, en sus expresiones político-militares (brecha tecnológico- militar), geográfico-estratégicas (balanceador off-shore y control de los espacios comunes globales) y económicas (mecanismos financieros e instituciones internacionales). Finalmente, se analizan los patrones de comportamiento general del resto de los actores relevantes —Rusia, China, Japón, India y la UE— para poder, así, dilucidar sus tendencias a futuro. El trabajo concluye afirmando que, dada la distribución unipolar actual, la gran mayoría de los estados están ejerciendo —tácita o implícitamente- políticas de autonomía relacional, las cuales aún no configuran un «equilibrio de poder blando» porque no se deben a una coordinación de políticas de contraequilibrio, pero que no obstante se irán «endureciendo» proporcionalmente a la profundización de la «unipolaridad imperial» en el sistema político internacional.Mesa Seguridad Internacional: Seguridad Global. La actuación de los EE.UU. en el escenario internacionalInstituto de Relaciones Internacionale