En los últimos tiempos, empecé a resignificar mis inicios y les voy a compartir algo que he vivenciado en relación a la discapacidad y a la educación superior. En los años ochenta era voluntaria en un centro de personas con discapacidad —en esa época no se los denominaba así. Se llamaba La Pantera Rosa y después pasó a llamarse ADRE (Asociación de Deportes y Recreación Especial); podría decir que ahí comenzaron mis inicios en este tema, junto a mi maestra Violeta Cossani. Pero no lo veía como un trabajo, yo iba a jugar y el recuerdo era que la pasaba bien, nunca asocié la discapacidad a una tragedia. 1980 fue el año internacional de la discapacidad y, como era una activa y entusiasta participante, me propusieron ser coordinadora del voluntariado. En esa época tenía 17 años y estaba en el colegio secundario. Cuando proponen armar un equipo de voluntariado consideré que lo más natural era ir a la universidad y preguntar sobre alguna materia que abordara la cuestión de la discapacidad y solicitar que se acercaran voluntarios. Voy a la universidad, averiguo en algunas facultades y me informaron que no existía ninguna materia. Se me ocurrió que la carrera de Educación Física era la más pertinente y comencé a hablar con algunos docentes. Se sumaron varios voluntarios para las actividades que íbamos a desarrollar.Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educació