No cabe duda de que la naturaleza de la práctica educativa es fundamentalmente social, un proceso en el que las personas discurren e interactúan mutuamente como parte de una red de influencias sociales definidas y deliberadas: «[ ... ] la educación es la revelación de los demás, de la condición humana como concierto de complicidades irremediables» (Savater 2001: 35). Sin embargo, al ser la educación un tipo de interacción social intencional, no se puede dejar de destacar que la forma en que se organiza esta interacción en los procesos sociales con fines formativos, como los que ocurren en la escuela, tenga consecuencias importantes en los resultados del aprendizaje, es decir, en los procesos internos. Por ello, si la educación implica invariablemente una perspectiva de tipo relacional, y si esta influye notoriamente en el aprendizaje, entonces se hace ineludible advertir la siguiente cuestión: ¿todo tipo de relación educativa es igual de beneficiosa para el aprendizaje? La interrogante anterior, que sirve además de directriz del presente artículo, constituye uno de los aspectos capitales que debe esclarecer la teoría educativa en provecho del aprendizaje. En este caso pretendemos atender dicha interrogante desde una concepción que distingue el <<aprendizaje como propiedad de la interacción»