thesis

Gilles Deleuze. La fragmentación del individuo en la "sociedad de control"

Abstract

La sociedad en la cual vivimos hoy día es una sociedad de control. La crisis generalizada de los “centros de encierro” (familia, escuela, ejército, fábrica, hospital, cárcel, etc.) apunta, de hecho, a la emergencia de nuevas fuerzas que conllevan el que “las sociedades disciplinarias [sean] nuestro pasado inmediato, lo que estamos dejando de ser” . Tal es el diagnóstico que establece Deleuze, siguiendo a Foucault. Sin embargo, hemos de reconocer que la sociedad de control, en tanto que objeto de reflexión propiamente filosófica, no encuentra en aquél un tratamiento conceptual al que suele estar acostumbrado su lector. Pues el tránsito reciente de las sociedades disciplinarias a la sociedad (mundial) del control remite a un tema que ha sido tratado tardía y sobriamente por Deleuze, prácticamente en el crepúsculo de su vida. Como subraya Michael Hardt: “Deleuze nos da de hecho, una imagen simple de este paso, imagen sin duda bella y poética, pero que no está suficientemente ‘definida’ para permitirnos comprender esta nueva forma de sociedad” . Deleuze nos entrega, pues, escasas, y no obstante, relevantes líneas sobre la cuestión planteada, las cuales se hallan esencialmente concentradas en el último capítulo de Conversaciones. Pese a todo ello, suscribimos la idea según la cual la sociedad de control constituye, para decirlo con las palabras de Foucault, nuestra actualidad. En ella despunta lo que Deleuze, siguiendo a Nietzsche, caracteriza como el “triunfo de la ‘reacción’ sobre la vida activa y de la negación sobre el pensamiento afirmativo” . Si bien es cierto que los dispositivos de poder, al darle forma a nuestra identidad (sexo, edad, raza, etc.), nos proporcionan una cierta tranquilidad, nos convierten al mismo tiempo “en las criaturas más miedosas, también las más amargas, las más despiadadas” . Estados de vida cercanos a cero. Existe, sin lugar a dudas, un “devenir reactivo de las fuerzas” –y más profundamente una “perversión del deseo”, diría Deleuze–, y el punto álgido de este devenir (o de esta perversión) no coincide sino, en su vertiente política, con el advenimiento de un fascismo molecular del que dan muestras a diario “los Stalin de los grupúsculos, los justicieros de barrio, los micro-fascismos de las bandas…” . Este nuevo tipo de fascismo se presenta como la contrapartida de una sociedad en la que la disciplina ha cedido el puesto al control, la consigna [mot d’ordre] a la contraseña [mot de passe]. De hecho, el sesgo propio de los micro-fascismos estriba en que éstos pueden ocupar el campo social sin estar necesariamente centralizados en un aparato de Estado. Por todo ello, afirma Deleuze: “lo que caracteriza nuestra situación actual está a la vez más allá y más acá del Estado” . Nuestra actualidad está efectivamente marcada por la emergencia de un “mercado mundial” respecto del que el Estado ya no dispone de medios políticos, institucionales o financieros lo suficientemente “flexibles” como para contrarrestar los golpes y contragolpes de una maquinaria socio-económica alocada. Se ha producido, pues, una mutación del capitalismo, auténtica “metamorfosis” de cuyo análisis no podemos prescindir . Dicha mutación consiste, a grandes rasgos, en el tránsito de un régimen de concentración a un régimen de superproducción: “en la actual situación, el capitalismo ya no se concentra en la producción… Ya no compra materias primas ni vende productos terminados o procede al montaje de piezas sueltas. Lo que intenta vender son servicios, lo que quiere comprar son acciones. No es un capitalismo de producción sino de productos, es decir, de ventas o de mercados… El departamento de venta se ha convertido en el centro, en el ‘alma’…” . Así, nos percatamos de que la “metamorfosis” a la que está sujeto el capitalismo es, desde todos los puntos de vista, indisociable de un cambio de paradigma: de la fábrica, como plasmación modélica de esa máquina abstracta que es el panóptico, hemos pasado a la empresa, en tanto que sistema de “modulación” al aire libre –de esta tendencia testimonia, por ejemplo, el mecanismo de las primas y de los incentivos. En la empresa, cesamos de hallarnos ante el par “individuo-masa”; ya no hay hablando con propiedad normalización ni disciplinamiento de un cuerpo –el panóptico es, pues, lo que estamos dejando de ser. El individuo, dice Deleuze, se ha convertido en un dividual y la masa, en un mercado. Por otra parte, la nueva función paradigmática de la empresa no supone tanto una obsolescencia de los antiguos dispositivos de poder, como su reorganización o restauración de cara al campo social. Los distintos códigos y segmentos que nos atraviesan y nos entrecortan según una lógica binaria –“si no eres blanco ni negro, eres mestizo; si no eres hombre ni mujer, eres travestí…” – tienden a trocarse en relaciones de fuerzas inestables, inclusive “metaestables”, pues la extensión del capitalismo a toda la sociedad desemboca en que “los medios de explotación, de control y de vigilancia se hacen cada vez más sutiles y difusos, en cierto modo moleculares…” . Este cambio de paradigma acarrea, por otra parte, un nuevo tipo de rivalidad entre los individuos. La competencia “sana”, tal y como se instaura en el seno de esta poderosa y recién emergida máquina abstracta que es la empresa, parece compartir ciertos rasgos característicos del agôn griego, pero aquello no nos tiene que extraviar. Ya no se trata de organizar una sociedad de “amigos”, una “comunidad de hombres libres en tanto que rivales (ciudadanos)” , ni tampoco de moldear un cuerpo siguiendo la consigna harto disciplinaria del “volver a empezar” –“terminada la escuela, empieza el cuartel, después de éste viene la fábrica” . La rivalidad, como realza Deleuze, se torna interminable. De ahí que el individuo se asemeje cada vez más a un ondulatorio. El hombre de la sociedad de control se halla sometido, en efecto, a la fluctuación constante de los múltiples segmentos por los que se define, de suerte que el doble movimiento de individuación y masificación, según el cual se compaginaban, en las sociedades disciplinarias, el mí mismo [moi] y el Yo [Je], el individuo particular y el sujeto universal, termina dejando paso a una fragmentación sin precedentes del hombre. El campo social, al igual que la moneda en su tránsito del topo a la serpiente monetaria, se queda sin patrón fijo: la sociedad en su conjunto se vuelve volátil, etérea; y el hombre, un dividual “suspendido sobre una onda continua”. Ahora bien, esta desterritorialización no tiene, aunque parezca lo contrario a simple vista, una carácter de absolutez; es relativa. Pues el capitalismo, como subraya Deleuze, “constantemente desplaza sus límites y constantemente vuelve a encontrarse con ellos a una escala ampliada, ya que el límite es el propio Capital” . En otras palabras, la desterritorialización del campo social no se lleva a cabo sin que se opere al mismo tiempo una especie de re-territorialización, y ello mediante lo que Deleuze considera ser la herramienta fundamental del capitalismo, a saber: la rigurosa axiomática contable. Si el desarrollo del mercado y su extensión a toda la sociedad posmoderna hacen que la sobrecodificación operada por el Estado se tambalee, es precisamente porque cualquier código, en tanto que canal social por el que se drenan palabras, gestos, deseos, bienes, personas, etc., ha venido siempre referido (por lo menos en la sociedad moderna) a la trascendencia de un plano organizativo (Estado), cuya rigidez torna ahora a este código vulnerable ante la modulación incesante e inmanente de la axiomática. El código es, por así decirlo, parte del lenguaje de inscripción social. Y además, tiende continuamente hacia una “voz ficticia de las alturas que funciona como significante” . Pero el capitalismo no entiende de escritura, “es, como dice Deleuze, profundamente analfabeto” . De ahí la diferencia de naturaleza, y ya no de grado, entre el código y la axiomática: ésta funciona con no-signos o signos no significantes –el capitalismo privatiza bienes y medios de producción, abstrae cantidades monetarias y cantidades de trabajo, y todo ello de forma ilimitada. “Lo que con una mano descodifica, con la otra la axiomatiza” . Como consecuencia de ello, el hombre de la sociedad de control, el hombre del capitalismo tardío, acaba reduciéndose a una mera función derivada de las cantidades abstractas de capital y trabajo. “Los anillos de las serpientes son aún más complicados que los orificios de la topera”

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