Hernández Rodríguez, María Candelaria

Repositorio Institucional de la Universidad de La Laguna

MARÍA CANDELARIA HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ / RECENSIÓN262Tres ensayos sobre la belleza pintoresca. WilliamGILPIN. Edición de Javier Maderuelo. Traduc-ción de Maysi Veuthey. ABADA Editores. Ma-drid, 2004.La creencia deque la naturaleza yel cuerpo humanocontienen las medi-das, las proporcio-nes óptimas, se tam-balea en el siglo XVIIIen un breve periodode tiempo, y es en-tonces cuando Ed-mund Burke, desa-fiando ideas que ha-bían impregnado lasnormas del gusto a lo largo de veinticuatro si-glos, declara estar «convencido de que los defen-sores de la ‘proporción’ han transferido sus arti-ficiosas ideas a la Naturaleza, y que no han de-ducido de ella las proporciones que aplican a lasobras de arte...». De esta manera, su Investiga-ción filosófica sobre el origen de nuestras ideas acercade lo Sublime y de lo Bello, que publica en 1756,pone en evidencia que la teoría de la belleza, la«Gran Teoría», resulta insuficiente para explicarsegún qué vertientes relacionadas con la nuevasensibilidad del hombre moderno, en especialaquellas que tienen que ver con su visión de lanaturaleza, y, a la par, con su sentido del arte.Desde finales del siglo anterior ya se habíainiciado el debate conocido como la querelle, queenfrentaba a los defensores del modelo clásicocomo ideal de perfección y a los partidarios deuna renovación basada en la expresión propia,cuya consigna era, en este caso: frente a imita-ción, invención. Como consecuencia, el mun-do del arte queda escindido, dividido en dosmitades: lo transitorio y lo fugitivo frente a loeterno e inmutable.La obra de Burke gozó de gran predicamen-to, influyendo en no pocos artistas de la época(por ejemplo en el inigualable W. Turner) o enfilósofos de la talla de I. Kant, cuya Crítica delJuicio da continuidad a algunas de sus ideas. Perolo que realmente interesa destacar aquí es lairrupción de nuevas categorías estéticas, que re-flejan más acertadamente cuál es la esencia delhombre moderno y por dónde discurren losnuevos caminos de la creación artística. Tal es elcaso de lo pintoresco.En 1794 se publica en Londres un volu-men con algunos ensayos sobre lo pintoresco (tér-mino que alude aquí a «los objetos que son ade-cuados para la pintura»); a saber, sobre la bellezapintoresca, sobre el viaje pintoresco, y sobre el artede abocetar paisajes, además de un Poema sobrela pintura de paisajes, que ahora se traducen anuestro idioma con el título de Tres ensayos sobrela belleza pintoresca. Su autor, el Rvdo. WilliamGilpin (Carlisle, 1724-1804) ya contaba con al-gunas narraciones sobre viajes que él mismo ha-bía realizado por el interior del país de Gales,relatos que ilustraba con aguatintas, en su entu-siasmo por mostrar, de manera contagiosa, lasmaravillas de la naturaleza, sobre todo cuandoésta ponía de manifiesto sus eventuales irregula-ridades.Para esos años finales del siglo XVIII el tér-mino pintoresco ya se había extendido desde elterreno de la pintura y la jardinería hacia otrosámbitos cercanos. Naturaleza, pintura, jardín yarquitectura devienen en escenarios tangencialesdonde el hombre moderno se afana en atrapar ala naturaleza, bien según una visión racional,geométrica, «diseñada», o, por el contrario, me-diante una ensoñadora y «salvaje».Siguiendo el método utilizado por Burke,lo que W. Gilpin se propone en su ensayo «So-bre la belleza pintoresca» es analizar qué cuali-dades poseen los objetos que los caractericencomo pintorescos, reparando especialmente en lasuavidad —que el propio Burke considera comouna fuente esencial de la belleza— y a la queopone cualidades como la aspereza o lo rugoso,que son las que se establecen como definidorasde lo pintoresco. Lo tosco se convierte así en fuen-te de expresividad, condición indisociable de lopintoresco.Las observaciones e impresiones persona-les que envolvieron sus viajes le ofrecieron, sinduda, un material de primera mano para abor-dar el segundo de los ensayos, «Sobre el viajepintoresco».Si en el análisis de la belleza pintoresca bus-caba las causas, se trata aquí de indagar en los14 Mª Candelaria Hernández RECENSIÓN.pmd 22/07/2005, 10:44262MARÍA CANDELARIA HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ / RECENSIÓN263efectos. El viaje pintoresco tiene como objetivola búsqueda de la belleza en el escenario de la na-turaleza, pero no tanto en los paisajes grandiosos—ligados más propiamente al ámbito de lo su-blime— como de las formas curiosas o fantásti-cas; es decir, la belleza pintoresca, en especial lasruinas de la arquitectura del pasado. El ruinismoejerció, en efecto, gran atractivo para los viajeros,como declararon algunos de los más ilustres, caso,por ejemplo, de Johann W. Goethe, a quien lapasión por las ruinas causó algún que otro con-tratiempo. En su Viaje a Italia, diario que regis-tra su amplio recorrido por aquel país, da cuentade los bocetos que iba ejecutando en determina-dos puntos de su recorrido, debiendo aclarar encierta ocasión ante el mismísimo podestá que suinterés por dibujar la fortaleza de Malsecina, enVenecia, era exclusivamente estético.Para el viajero pintoresco la naturaleza cons-tituía una fuente de deleite, y, en la base de eseplacer, Gilpin sitúa la novedad, produciéndoseel momento de mayor intensidad cuando unaescena «nos sobrecoge más allá del poder delpensamiento». Además, el viajero disfruta ad-mirando el colorido, la composición, o la luz,añade; razones de las que se vale para animar ala realización de bocetos, o para crear escenas defantasía. Y, más allá de todo esto, se mostrabaconvencido de que «una fuerte impresión de lanaturaleza nos capacitará siempre para juzgar lasobras de arte».El arte de abocetar paisajes, tercero y últimode los ensayos, se presenta como ayuda técnicaal viajero en la toma de vistas de la naturaleza,concretándose en considerar el mejor punto devista posible, los instrumentos y procedimien-tos más adecuados, sin olvidar aspectos talescomo las formas, las luces o las sombras.Ya un poco antes que Gilpin, AlexanderCozens había publicado su método para apren-der a pintar paisajes, donde aconsejaba el uso dela acuarela como la técnica más idónea, y dondeanimaba a expresar con «manchas aparentementecasuales» las emociones que producía la contem-plación de la naturaleza; manchas que podíanser retocadas con posterioridad según la singu-lar visión del autor. Dejando a un lado la parti-cular intuición de Cozens respecto del tratamien-to de la mancha, lo que hemos de consideraraquí es el creciente interés por el paisaje, quesólo es posible tras la experiencia estética de lanaturaleza.Las teorías de Gilpin no solo son absorbi-das por los pintores paisajistas, sino que tam-bién dan pie a amplias reflexiones teóricas sobrela naturaleza y el paisaje. El más viajero de loshombres de su tiempo, Alexander von Hum-boldt, inspirándose en ellas publica, en 1808,Cuadros de la Naturaleza, título que recoge denuestro autor el concepto pintoresco en su acep-ción de observar la naturaleza como si fuera uncuadro.Sin embargo, a medida que avanza el sigloXIX, la travesía del hombre moderno tuerce surumbo hacia una reductora zona de sombra don-de volcar los efectos de sus profundas decepcio-nes, algo que, de alguna manera, parece atisbarseya en Gilpin cuando, a propósito de la pinturade paisaje, muestra su convencimiento de que«la naturaleza es sumamente defectuosa en cuan-to a composición y debemos asistirla un poco».La idea no es nueva, ya Vasari expresaba que laNaturaleza no siempre crea sin fallos y en cam-bio el arte puede alcanzar la perfección, que eslo que Oscar Wilde se encargaría de corroborarun siglo después que Gilpin: «Lo que el Arteverdaderamente nos revela es la falta de plan dela naturaleza, sus curiosas tosquedades, su ex-traordinaria monotonía, su estado absolutamen-te inconcluso [...] Sin embargo, para nosotroses una suerte que la Naturaleza sea tan imper-fecta, porque si no fuera así no tendríamos arte».Asistimos ya al desbordamiento de la experien-cia estética de la Naturaleza por la experienciaartística.El libro de Gilpin concluye con un poema,donde se insiste en recomendaciones de tipo téc-nico dirigidas al aprendiz de pintor: «... si un ver-dadero genio te abrasa, si tu corazón inflamadopalpita transportado por esa vista, si te embargael deseo de transportar estas espléndidas escenasa tu tela...». Que el estilo poético de Gilpin re-bosa entusiasmo es evidente; pero, lo que mássorprende es su anticipación, también, a las teo-rías impresionistas: «Elige tu cielo y déjalo, seacual fuere su tinte, dominar en tu paleta».MARÍA CANDELARIA HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ14 Mª Candelaria Hernández RECENSIÓN.pmd 22/07/2005, 10:44263

Tres ensayos sobre la belleza pintoresca

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