Asentado en una perspectiva socio-céntrica, Durkheim distingue la autoridad o coacción moral de la coacción material externa con el objeto de reconocerle mayor eficacia
y poder a la primera. Es más, considera que el grado en que el Estado emplea su fuerza
coactiva es inversamente proporcional a la capacidad integradora de la moral social. En su
esquema, la legitimidad descansa en la correspondencia de las acciones estatales con las
máximas de la moral social, órgano dotado de vida propia más allá de las conciencias
individuales. La interiorización de las normas morales (la educación moral) aparece así
como el problema político más urgente en las condiciones capitalistas.
Weber, en sintonía con una larga tradición estado-céntrica consciente del papel de la
violencia en la conformación y mantenimiento del Estado, sostiene que la estabilidad del
poder estatal no puede restringirse al ejercicio de la represión desnuda ni al funcionamiento
legal burocrático: el principal y más estable fundamento lo constituye la creencia interna de
los dominados en su legitimidad o validez. La acción política, motorizada por líderes
carismáticos surgidos de la clase burguesa, es aquí la cuestión política más candente.
La convicción de que la obediencia consentida constituye el más importante
sustento del poder estatal constituye una convergencia notable al interior de la sociología
académica clásica. Ahora bien, esto no nos exime de analizar, cosa que hacemos en la
ponencia, la forma precisa que adopta en cada dispositivo teórico-político el vínculo
represión/leyes/obediencia en la organización del Estado moderno.Fil: Inda, Graciela.
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