Los jóvenes aparecen como un actor social para el Estado colombiano cuando
constituyen un problema a resolver, especialmente por el recrudecimiento de
la violencia derivada del narcotráfico, que inauguró el uso de hombres muy
jóvenes para asesinar, desde reconocidas figuras públicas hasta personas
del común que se constituyen en objetivo bajo la justificación del llamado
“ajustes de cuentas”. Los sicarios y las pandillas juveniles empezaron a cobrar
importancia en las zonas pobres, marginalizadas, excluidas y tugurizadas de
diversas ciudades colombianas; desde capitales hasta municipios menores, al
erigirse como una de las opciones más rentables, atractivas e interesantes
para una generación sin futuro