Prendas y objetos de la vida cotidiana andaluza empezaron a despertar el interés de los viajeros del siglo XVIII que llegaron hasta sus plazas, teatros y ferias. A lo largo del XIX, convertidos muchos de ellos en objetos diferentes a los que se usaban en las principales capitales europeas, serían considerados como pintorescos y adquiridos como testimonio simbólico de sus visitantes. Esta tendencia se convertiría en costumbre dando paso a un negocio que se iría consolidando en la segunda mitad del siglo XIX, implicando a una parte considerable de los artesanos andaluces