En la teleurbe digital como espacio neoteletecnológico enteramente semiótico, compuesto no
de átomos sino de bits, donde solamente fluye información, desaparece la condición necesaria
de la tradicional condena de la retórica: la dicotomía ontológica entre natural (real) y artificial
(virtual). Tan tajante distinción se ha vuelto hermenéuticamente problemática y con ella la
distinción gnoseológica entre lógica y retórica. Las TIC parecen distanciar definitivamente a
Sapiens tanto de la “naturaleza” como de una presunta razón “natural”. En consecuencia, se
tornan extremadamente patentes las estrategias retóricas de la inteligencia. En el mundo digital
cobran superlativa importancia las cuestiones atinentes al procedimiento, al cómo antes
que al qué. Sin un fundamento-verdad irrelacional queda inoperativo ese “conciencialismo”
que identificaba verdad con evidencia interior profunda, y, correlativamente, la verdad se desplaza
a la superficie exterior. De ahí el predominio del momento procesal sobre el intuitivo,
del momento de la comunicación pública sobre el de la visión interior de la verdad. Cuando
toda acción es interacción, hipervinculada interactividad, lo verdadero cobra énfasis público.
La verdad pasa de la intuición absoluta de la cenital luz interior a la panorámica luz intersubjetiva
de las suposiciones compartidas. Éstas, más que verticalmente evidentes, resultan horizontalmente
obvias, como integrando el retórico sensus communis. La teletecnoverdad no es
natural, sino que se hace: es un hecho “ético-democrático”, una posverdad. En la “era de la
información” el momento de la verdad no está en la verificación de los enunciados, sino en su
“informe público”: la (pos)verdad teleurbana, neoteletecno¬mediada, exige rehabilitar la retórica