La aparición de las aerolíneas de bajo coste en nuestro país ha supuesto una revolución en el
transporte aéreo, pues la competitividad entre ellas a raíz del proceso de liberalización
aérea, ha posibilitado un abaratamiento tarifario y, al mismo tiempo, un mayor número de
usuarios, compañías, frecuencias y conexiones aéreas.
Sin embargo, los efectos del fenómeno low cost no se circunscriben únicamente al
transporte aéreo. Nos encontramos ante un nuevo orden urbano, más descentralizado y
articulado, como consecuencia del renacimiento de obsoletos aeropuertos ligados a estas
aerolíneas (aeropuertos de segundo y tercer nivel) emplazados en ciudades intermedias.
Por consiguiente, el fenómeno del bajo coste ha permitido el afianzamiento de nuevas
ciudades en la jerarquía urbana nacional, al evolucionar de una estructura dual (Madrid y
Barcelona) -o como mucho una estructura pentagonal (con Sevilla, Valencia y Bilbao)-
a una estructura de malla, donde las ciudades medias alcanzan un nuevo estatus (Málaga,
Alicante, Valladolid, Zaragoza, Santiago o Santander, entre otras).
Como consecuencia, se atestigua que estas infraestructuras exceden la mera función del
transporte y contribuyen a intensificar el efecto territorial de los aeropuertos, pues el
valor social y económico de estas terminales posibilita una mayor dinamización,
articulación y vertebración territorial, potenciando el asentamiento de nuevas
actividades económicas, vinculadas con el sector inmobiliario, turístico, comercial y de
negocios, principalmente.
En definitiva, unas infraestructuras de transporte y comunicación que están comportando
nuevas dinámicas urbanas con notables impactos económicos, sociales, territoriales e
incluso políticos