En las circunstancias actuales –en un mundo de cambios tecnológicos, donde los avances científicos van superando nuestra capacidad de reflexión–, es oportuno y acaso necesario, a fin de disipar nuestras dudas, pararnos a pensar en los clichés y estereotipos que nos vienen dados como verdades sino inalterables, sí al menos como mojones seguros. Por supuesto, es más cómodo ir reproduciendo bases y fundamentos tenidos por ciertos que asumir la duda metódica, el debate pertinente y la revisión rigurosa de los pilares y de los presupuestos que tenemos y tomamos por ciertos.
Como intelectuales, dedicados a y comprometidos con la tarea educativa, estamos convencidos de la necesidad de revisar los fundamentos y las creencias más tenidas en consideración por profesores, políticos, padres y, en definitiva, por la sociedad respecto de esa actividad. Tanto es así que creemos que es una necesidad ineludible y perentoria repensar las ideas dominantes en la educación. Y ello por múltiples razones.
En nuestro país, hemos asistido a cambios profundos en el campo de la política. El advenimiento de la democracia ha abocado a nuevos formatos institucionales que nada tienen que ver con los de hace 35 años: los nuevos valores y el sentido de la igualdad en la democracia, entre otros fundamentos, han transformado nuestro contexto político. Y obviamente, la escuela es también receptora de tales cambios. Por ejemplo, la obligatoriedad escolar, que es un ejemplo paradigmático ya que, en democracias más arraigadas y ejemplares que la nuestra, la educación escolar no es obligatoria. Es pues necesario reflexionar y realizar autocrítica de consistencias y valores que se nos han presentado en perspectiva temporal como estáticos. El lector encontrará nuestra aproximación a cuestiones de esta índole en la primera parte del presente libro desde la perspectiva de la transmisión de los valores (aspecto fundamental de toda política), la propia democracia, la igualdad o la obligatoriedad en el campo de la educación