Sobre la retórica en Aristóteles: entre el arte de la dialéctica y el saber práctico de la política

Abstract

Una de las principales claves interpretativas de la historia del conocimiento humano radica en la distinción entre el saber aparente y el verdadero conocimiento de las cosas. Esta distinción parece evidenciarse con mayor elocuencia a través de la presunta oposición entre retórica y filosofía. Mientras que los filósofos persiguen desinteresadamente el verdadero conocimiento, los oradores parecen no tener interés alguno por la verdad y conformase únicamente con obtener la persuasión de quien los escucha (Perelman, 1997, p. 55). En este sentido, el estudio del discurso retórico ha sido considerado un asunto generalmente ajeno a la tradición filosófica. Lo anterior, entre otras cosas, puesto que la ambición de la filosofía ha consistido principalmente, como bien lo señala Guthrie a propósito los primeros filósofos griegos (1962, pp. 37-38), en comprender el verdadero orden que se esconde detrás del caos de las apariencias. En virtud del presunto interés de los oradores por obtener la persuasión de sus interlocutores a cualquier precio, la retórica ha sido considerada, además, como una actividad particularmente peligrosa para el desenvolvimiento de los asuntos prácticos, ya que puede ser usada para manipular a las personas por medio de la exaltación de los más bajos instintos y pasiones. De hecho, innumerables ejemplos parecen evidenciar cómo las personas pueden ser efectivamente instrumentalizadas por los hábiles oradores que se aprovechan de sus más básicas pasiones y prejuicios. Este tipo de oradores que se valen del poder de la palabra para manipular a las personas se han denominado tradicionalmente demagogos Presentada de esta forma, la retórica no solamente se torna antagónica a las más altas aspiraciones epistemológicas de la filosofía, sino que también resulta ser una práctica nociva para el adecuado desarrollo de los asuntos de la vida práctica.One of the main interpretive keys of the history of human knowledge lies in the distinction between apparent knowledge and true knowledge of things. This distinction seems to be evidenced more eloquently through the alleged opposition between rhetoric and philosophy. While philosophers unselfishly pursue true knowledge, speakers seem to have no interest whatsoever in the truth and conform only to obtaining the persuasion of the listener (Perelman, 1997, p.55). In this sense, the study of rhetorical discourse has been considered a matter generally alien to the philosophical tradition. The foregoing, among other things, since the ambition of philosophy has consisted mainly, as Guthrie well points out the first Greek philosophers (1962, pp. 37-38), to understand the true order that is hidden behind the chaos of appearances. Because of the presumed interest of the speakers to obtain the persuasion of their interlocutors at any price, rhetoric has also been considered as a particularly dangerous activity for the development of practical matters, since it can be used to manipulate people by means of the exaltation of the lowest instincts and passions. In fact, innumerable examples seem to show how people can be effectively manipulated by skilled speakers who take advantage of their most basic passions and prejudices. This type of speakers who use the power of the word to manipulate people have traditionally been called demagogues. Presented in this way, the rhetoric not only becomes antagonistic to the highest epistemological aspirations of philosophy, but also turns out to be a harmful practice for the proper development of the affairs of practical life

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