La década de los ochenta ha supuesto un cambio en la forma de entender la ciudad, no por haberse formulado una imagen urbana alternativa, sino porque lo cotidiano -al plantear nuevos problemas- ha hecho saltar una concepción asumida durante décadas: frente a quienes entendieron la metrópolis desde la gestión, definiendo los instrumentos del planeamiento, la realidad plantea ahora unos problemas no contemplados en la tratadística