Las relaciones de Cartago con la Península Ibérica tradicionalmente se han interpretado como el resultado de una dominación, desde una óptica invasionista. La historiografía más tradicional, hasta los años 80, había interpretado la actuación de Cartago en Iberia como un episodio más de su política imperialista, encaminada a la sustitución del dominio colonial fenicio por la ocupación cartaginesa a fines del siglo VI a.C. Las bases sobre las que se sustentaba esta interpretación eran fundamentalmente literarias, cimentadas en el análisis acrítico y descontextualizado de una colección exigua, dispar y polémica de textos griegos y latinos. Sin embargo, a partir del estudio fundamental de C.R. Whittaker Carthaginian imperialism in the fifth and fourth centuries, en 1978, se puso de manifiesto la inexistencia de una política cartaginesa agresiva y antihelénica, imperialista propiamente dicha, en Sicilia. Esta 6 interpretación, salvo algunas excepciones, fue la adoptada por los investigadores españoles que asimilaron el concepto de hegemonía en sustitución del de imperialismo, y propusieron el comercio administrado como expresión de la supremacía cartaginesa en vez de la anexión y el control territorial. No obstante, disponemos de datos literarios que testimonian la hegemonía cartaginesa en el sur de Iberia con anterioridad a la época bárquida. Además recientemente se han publicado dos tesorillos de moneda cartaginesa procedentes de El Gandul (Alcalá de Guadaíra, Sevilla) y noticias de otros hallados en Fuentes de Andalucía (Sevilla), con una cronología de fines del siglo IV o principios del III a.C., que han reavivado la cuestión de la presencia de ejércitos cartagineses en Iberia con anterioridad a la llegada de Amílcar Barca en 237 a.C. Con esta interpretación no pretendemos resucitar el obsoleto esquema invasionista e imperialista, sino reflexionar sobre estos hallazgos arqueológicos en un marco histórico definido por las relaciones entre estados. Los datos literarios siempre se han contemplado desde la perspectiva de una supuesta aspiración cartaginesa de ocupación sobre Iberia, pero nunca desde la óptica de las comunidades púnicas peninsulares, probablemente más interesadas en la protección cartaginesa que Cartago en su dominio. Gadir y otras ciudades púnicas demandarían protección, sobre todo contra los endémicos ataques piráticos y las amenazas de vecinos potencialmente peligrosos, y Cartago, en contrapartida, veía asegurado el suministro de metales, sobre todo plata, del que dependía casi exclusivamente. En esta tradición diplomática entre Cartago y las ciudades púnicas de Iberia es donde encuentra explicación la presencia de ejércitos cartagineses en Turdetania entre los siglos IV y III a.C.The relations between Carthage and the Iberian Peninsula have mainly been viewed from the perspective
of military domination. The traditional historiography up to the 80’s interpreted the Carthaginian policy
on the Iberian Peninsula at the end of the VI century BC as basically one of imperial domination directed at replacing
the Phoenician presence by direct Carthaginian control. This particular view was based on a not too critical
use of Greek and Latin written sources, themselves very limited in scope and many times of polemical interpretation.
Nevertheless, ever since the publication in 1975 of a fundamental work by C. R. Whittaker, Carthaginian
imperialism in the fifth and fourth centuries, it became evident that there had not been such a consistently aggressive,
anti-Hellenic, imperialist Carthaginian policy. This interpretation, with few exceptions, was taken up by Spanish
investigators who adopted the concept of assimilation versus imperialism, and proposed a commercial administration
as the expression of Carthaginian supremacy in lieu of direct control of territory.
Nevertheless, we do have literary references that testify to Carthaginian hegemony in the south of the Iberian Peninsula
prior to the Barquid period. Yet the recent appearance of two treasure troves of Carthaginian coins one in
El Gandul (Alcala de Guadaíra, Seville) and the indirect evidence of a second found in Fuentes de Andalucia (Seville)
both with a chronology of the end of the IV century or the beginnings of the III century BC, has rekindled
interest in the question of Carthaginian armies in the Iberian Peninsula prior to arrival of Hamilcar Barca in 237
BC. By this information we do not in any way pretend to re-instate the old imperialist scheme, but rather we wish to
view these archaeological troves in a historical context defined by the relations between states. The literary quotes
have always been contemplated from the exclusive perspective of a supposed Carthaginian aspiration of occupying
the Iberia, but never from the perspective of the Punic communities already long established in the Peninsula, who
were probably much more interested in the protection offered by the Carthaginians than in their domination.
Gadir and other Punic cities would demand protection, especially against the endemic piracy and the threats by
potentially dangerous neighbours, and Carthage, in exchange, would be guaranteed an assured supply of metals,
especially silver, for which Iberia was virtually its only source. This diplomatic tradition between Carthage and the
Punic cities in Iberia is where we can find an explanation for presence of Carthaginian armies in the Turdetania
between the IV and III centuries BC