La Religión del arte es la conjunción de dos reinos: el de la eticidad y el de lo bello. Pareciese indicar este título una suerte de predominancia del arte sobre la religión misma, o mejor, de que el arte se convierte en Grecia en una especie de religión. Es decir, que es allí donde inicia el arte libre en tanto autoconciencia y autoexpresión. Esto desde un punto de vista formal, pues en su contenido está todavía ligado a lo divino. Este aspecto formal es tratado en nuestro trabajo como la expresión misma, es decir, como manifestación en su totalidad, no ya
como mera cosa, con la que comparta su elemento material, sino incluso que la obra de arte se convierte en el vehículo mismo del Espíritu. Así pues, este se encarna y en ella logra su autoconciencia, no de manera absoluta como ocurrirá con la filosofía, pero sí en su verdadero inicio. Por su parte, en el arte (griego) vendría a presentarse la expresión como el resultado de la tensión entre la naturaleza y lo espiritual interior; entre las leyes divinas y las leyes humanas; entre la solidez de la piedra tallada y la fluidez del himno y del verso trágico; así
también como entre el doliente individuo representado y la comunidad espectadora y expectante. Pero, sobre todo, y este es el punto en el que se orienta nuestro trabajo, es exponer la expresión en la Religión del arte como la
tensión entre lo finito de la obra, del artista como tal, frente a lo infinito de su contenido que es lo divino mismo. De aquí que, nuestra propuesta es pensar la muerte del arte, como la caducidad misma de la obra y de lo que ella implica: su sentido, su contexto, tanto como su creador-productor
