Este artículo es un testimonio de una vida religiosa vivida en plenitud. Una amor profundo con Dios y una entrega con todos los matices de sentimientos y los riesgos de quien renuncia a estar instalada, para lanzarse a la aventura de seguir la voz de Dios asumiendo los riesgos que esto supone: “Y quiero compartir con ustedes algo de lo que viví en dos meses en África, tanto por la intensidad de la experiencia, como por sus efectos en mi vida. Para conocer la cultura me fui dos meses de voluntaria a un hospital muy grande que tenemos en Cuba, Angola. Tenemos 700 internos tuberculosos, la mayoría son seropositivos, además, muchos niños desnutridos con los que se trabaja en un plan de recuperación y en otro espacio todos los heridos de guerra. Al lado del hospital llevamos también una escuela con 1,000 alumnos. Era el 2001 y todavía no se firmaba el tratado de paz. El día que llegué 19 de marzo, cerca de la 1 de la madrugada, me tocó un ataque de guerra. Cerca de una hora escuchamos disparos y gritos, terminó el ataque con una bomba muy cerca de la casa donde estábamos. Los llantos y gritos se hacían más intensos, comenzaron a llegar al hospital los heridos, había muertos...fue una noche negra. En esos días, estaba leyendo la violación de los derechos humanos por “Human Watch Rights” y vi con mis propios ojos, lo que es capaz de hacer el ser humano cuando se deshumaniza. El miedo se apoderó de mí, y yo, la que estaba dispuesta a dar la vida por Cristo, experimenté ante el peligro de la muerte y del abuso al que podía ser sometida un pavor incontrolable”. Y Luego nos expresa: “Con esta imagen muy vivamente representada en mí, me pregunté: -Rosaura, “¿crees verdaderamente en la resurrección?, ¿crees en la fuerza de Cristo?”. -Creo,- me dije, y en ese mismo momento se me iluminó la mente y el corazón y sentí una gran paz”