Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado
de derecho y sobre la base de una recta concepción
de la persona humana1. Lastimosamente, en la actualidad
existe la tendencia a acentuar un agnosticismo y un relativismo escéptico
como actitud de pensamiento que no hace otra cosa que
destruir las bases estructurales de la democracia, pues, al no
aceptar la posibilidad de un conocimiento de la verdad que guíe y
oriente toda acción política, se tiende a manipular la verdad y a
instrumentalizarla hacia intereses partidarios que encubren casi
siempre actos de corrupción