Apunta Paul Ricoeur que nuestra forma de medir el tiempo es cuando pasa: “no el futuro que no existe ni el presente que no tiene extensión, sino ‘los tiempos que pasan’”. Para mí, el tiempo nunca pasó con respecto a Paciencia Ontañón. Si miro hacia atrás, y recuerdo el momento cuando la conocí, y rememoro la última vez que pude estar con ella adquiero la certidumbre de que, en torno a su figura, el tiempo no transcurrió. Por más que me esfuerce creo que de 1969 hasta su muerte, la doctora Ontañón fue siempre la misma: idéntica pasión por su trabajo, igual enjundia para defender sus posturas, similar entrega hacia sus alumnos. A Pache no se le vio envejecer porque simple y llanamente no envejeció jamás. Nunca disminuyó su energía, nada sustancial se modificó en sus objetivos, ni en sus gustos o sus preferencias. Paciencia fue sin duda una mujer privilegiada, premiada por los dioses con el don de la imperturbabilidad