La humanidad debe hacer frente a desafíos globales que, si no se abordan a tiempo, pueden
alcanzar puntos de no retorno. Es preciso actuar correctamente y a tiempo.
Una de las facultades distintivas de la especie humana es la de poder anticiparse, de saber para
prever, de prever para prevenir. La facultad prospectiva es ahora, en los albores del siglo XXI y
del tercer milenio, especialmente relevante. Y, en estas circunstancias cruciales la ética del tiempo
se convierte en uno de los principales referentes del comportamiento cotidiano.
Es preciso estar alerta. Dejar de ser espectadores para ser actores comprometidos. Cada ser
humano único, capaz de crear. Esta es la gran esperanza de la humanidad. Estamos ante una
verdadera crisis sistémica que requiere soluciones valientes, imaginativas e integradoras. Estamos
ante un punto de inflexión en el que es indispensable favorecer con rapidez y valentía la transición
desde una economía de guerra a una economía de desarrollo global.
En el antropoceno, garantizar la habitabilidad de la Tierra y una vida digna a todos los seres
humanos, constituye una responsabilidad esencial.
Hasta hace poco, “Nosotros, los pueblos”… no podíamos expresarnos. Ahora ya podemos
hacerlo libremente. Es apremiante un nuevo concepto de seguridad, puesto en práctica por el
multilateralismo democrático.
Ha llegado el momento del cambio y de la autoestima. Ha llegado el momento de alzar la voz
con tanta serenidad como firmeza. Ha llegado el momento de la emancipación ciudadana, de los
pueblos libres.
Las comunidades académica, científica, artística y literaria, vigías de la ética del tiempo,
deben hallarse en la vanguardia de la movilización popular