A las escondidas

Abstract

“Una de las imágenes más tiernas que recibí en la pandemia fue el abrazo del señor de los guantes blancos, Flowagé y Titatota. Se trenzaron los brazos por encima de los hombros y, con los ojos cerrados, empezaron a contar al unísono: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... Los ojos se me mojaron, quedé detenida en aquel mantra, atrapada en aquella ronda a ciegas, cautivada en aquel abrazo de otros tiempos, en esa canción dulce. Pero tenía tiempo hasta el treinta para encontrar un lindo escondrijo. Titatota que cursa su primer grado por Zoom aclaró que sabía contar hasta veintiuno. Ese día, subió la escalera de los números un poco más, lo aprendió por contacto en recitado colectivo. Los números pasaron entre los cuerpos gracias a la trenza y se metieron su boca. En la cuenta de las escondidas, el final vibra de otro modo, el aire toma una postura diferente para anunciar fuerte que el tiempo para esconderse terminó. Como estábamos en la casa embrujada, algunas reglas y condiciones fueron creadas especialmente para resaltar las dotes del lugar. Después de gritar treinta, les tres corrieron hasta la herrumbrada campana y movieron la cuerda varias veces para que el badajo chocara con el vestido. Bonita canción. La campana suena en la quebrada helada, frente del arroyo Saldán, en el portal de las Sierras Chicas. En la casona, hay una acequia escondida que calmaba las aguas cuando el arroyo estaba furioso. Ahora, que duerme debajo del colchón de hojas que la cubre, desmembrada por las aceras que la atropellaron, las aguas, sin acequia y sin refugio boscoso, con su llanto, arrasan todo lo que a su paso encuentran en el tobogán…” fuente autora Jimena Inés GarridoFil: Garrido, Jimena Inés. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades. Centro de Investigaciones María Saleme Burnichón; Argentina.Fil: Garrido, Jimena Inés. Universidad Nacional de Córdoba. Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano; Argentina

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