Universidad de Chile. Facultad de Ciencias Sociales
Abstract
En las últimas décadas la reivindicación de la diferencia ha tenido una importancia estratégica en la crítica de enfoques más restrictivos de la política y el sujeto. Esa reivindicación contribuyó a legitimar movimientos sociales contra la inveterada reducción de la acción política al territorio de los partidos políticos. Dentro de la izquierda ayudó a legitimar las identidades de género, raciales y étnicas en un medio dominado por el marxismo vulgar que se empeñaba en reducir la identidad política a la identidad de clase. Pero una vez que se aseguró —aunque sea de manera parcial— la legitimidad de esas diferencias como instrumentos de acción e identidad política, ocurrieron dos cosas. Por una parte, la izquierda cultural, especialmente en países desarrollados, postergó la cuestión de la estrategia —qué se iba a hacer de allí en adelante— y se abocó a una búsqueda entusiasta de un creciente refinamiento conceptual del aparato crítico; por otra parte postergó una evaluación política más sobria de lo que en realidad se había logrado, por una continua reiteración de los agravios originales. Como resultado hubo un reconocimiento tardío de dos problemas políticos, el de los límites a las diferencias aceptables y el del endurecimiento creciente de las fronteras entre grupos. Ese es el reverso de la multiplicidad