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El TLC como centro de un proceso de integración: las cuestiones no comerciales

Abstract

En la primavera de 1990 el presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, propuso una zona de libre comercio con Estados Unidos. Desde la perspectiva de México, que durante la mayor parte del siglo XX había tratado de mantenerse alejado de Estados Unidos por temor a que se minara la soberanía mexicana, la idea de Salinas era genuinamente revolucionaria. Su meta era garantizar el acceso de los productos mexicanos a los mercados estadunidenses, promoviendo así la inversión extranjera para generar empleos y desarrollo en su país. Cuando se iniciaron formalmente las negociaciones, en junio de 1991, Canadá se había unido a Estados Unidos y a México en la mesa de negociaciones, a fin de celebrar un Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Salinas, el presidente George Bush y el primer ministro canadiense Brian Mulroney, deseaban limitar la agenda a las cuestiones del comercio y de la inversión, utilizando como modelo el Acuerdo de Libre Comercio firmado por Estados Unidos y Canadá en 1988. Pero el TLC no era una negociación de libre comercio típica; era la primera vez que países industrializados estaban negociando con un país en desarrollo mucho más pobre, sobre la base del acceso recíproco. El acceso de España y Portugal a la Comunidad Europea a fines de los años ochenta guardaba cierta semejanza con el TLC, excepto que la disparidad del ingreso entre los países del norte y los del sur era considerablemente mayor en América del Norte que en Europa.

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