Toda definición supone en el fondo una cierta forma de res-
tricción. Definir algo es, en esencia, dejar fuera de “lo defi-
nido” todo lo que “por defecto” no es (ejemplo: definir
“perro” implica dejar claras las diferencias que hay entre ese ani-
mal y, pongamos por caso, un gato... o una silla, tanto da). En el
tema de la bien o mal llamada “telebasura”, la mayor parte de los
variados y vehementes intentos de dar(le) con una definición
aceptable (e invariable) se han ido estrellando uno tras otro contra
una realidad (teleinvasiva, en este caso) en constante mutación.
Aparentemente, la “telebasura” es tan indefinible por ahora
como lo fue en su día el ornitorrinco, esa broma pesada que Dios
les gastó a los naturalistas. Perpetuum mobile en estado de recu-
rrente hibridación intergenérica (la que va de los realities a deter-
minados informativos), la “telebasura” ha terminado rentabilizan-
do su propia (in)definición, saltando, trotona ella, del terreno
vedado de los géneros y los formatos al campo (abierto y de bata-
lla) de los contenidos éticos, los debates morales, la conveniencia
política y la nece(si)dad empresarial.
La “telebasura” ha dejado de ser un estilo de programa(ción)
para convertirse, por derecho y vacío legal, en una forma de entender,
afrontar, amortizar y tomarse el medio. Es por eso que hemos creído
necesario incluir en este apresurado dossier un tan nutrido como
nutritivo rosario de opiniones que, elaboradas a tal efecto y a modo
de muestra in progress, intentan dar con una definición que, si bien no
se pretende definitiva, sí que aspira al menos a acorralar momentáne-
amente contra las cuerdas a tan escurridizo (por viscoso) concepto.
Texto escrito por Fernado de Felipe