Desde 1975, el movimiento migratorio en Cataluña ha disminuido de
una forma espectacular. Esta disminución, coincidiendo con la crisis económica
se ha hecho más patente si cabe, teniendo en cuenta la extraordinaria importancia
de la inmigración durante la década anterior: para el período 1961-1975 se registró
un saldo migratorio positivo de casi un millón de personas, mientras que, la misma
diferencia para el período 1975-1991 representaba una pérdida de aproximadamente
25.000 habitantes. En contraste con el conjunto español, la
inmigración en Cataluña no es un fenómeno nuevo. Para Cataluña, la novedad
fue precisamente el parón del movimiento migratorio producido desde 1975. Dicho
estancamiento ha puesto de relieve, de un lado, los procesos de movilidad interna
relacionados con la lógica metropolitana y, del otro, la presencia creciente de
la inmigración extranjera, aunque ambos fenómenos deban ser considerados de
magnitud modesta. Cabe preguntarse si desde la crisis de 1975 no estamos
asistiendo a la fractura de un modelo demográfico en buena medida basado en la
aportación constante de inmigrantes, o si el estancamiento inmigratorio es tan
sólo una contracción coyuntural; si la inmigración extranjera puede tomar el relevo
de la antigua inmigración procedente del resto de España, reduciéndose a una
substitución en el origen del trabajador inmigrante