El uso de combustibles fósiles, base del modelo energético
mundial de las últimas décadas, presenta conocidos
efectos negativos tanto desde el punto de vista ambiental,
como es el deterioro ocasionado por los elevados volúmenes
de CO2 liberados en su combustión, como desde el punto
de vista económico, con la creciente dependencia de los
países importadores de petróleo con respecto a los países exportadores.
La búsqueda de alternativas energéticas a los
combustibles fósiles se ha visto impulsada por estos efectos
negativos, junto al previsible descenso en sus reservas.
Esto, por una parte, ha incrementado notablemente el precio
del petróleo en los últimos años, ejerciendo una presión
económica cada vez más intensa sobre sectores como
la agricultura y el transporte, en especial en los países importadores.
Por otra parte, ha puesto en evidencia la necesidad
de encontrar una solución al posible agotamiento de
estos recursos antes de que éste se produzca. Un tercer factor
que ha intervenido, aunque con un menor peso con respecto
a los imperativos de orden económico, ha sido la concienciación
ciudadana acerca de la importancia de la protección
del medio ambiente, con la consecuente presión
que la sociedad civil ha comenzado a ejercer sobre los centros
de decisión. Todos estos aspectos han influido en el
cambio de modelo que se vislumbra en relación con la matriz
energética futura, especialmente en los países desarrollados,
como es la Política Energética Común (PEC) de la
Unión Europea.Peer reviewe