Varios son los estudios que se han ocupado de la actividad de
Quevedo como traductor. La mayor parte de ellos han coincidido en
afirmar que, tanto en el tratamiento de textos clásicos como en los
romances, Don Francisco procedía con cierta descuidada libertad. Ni
siquiera los amplios márgenes con los que se concebía en la época el
ejercicio de la traducción permitirían justificar este proceder infiel del
que nacieron versiones escasamente respetuosas con los rasgos elocutivos
de los originales y que a menudo, se dice, alteraban también
los elementos de la inventio. Son éstas cuestiones sobradamente
conocidas en las que no me detendré aquí, pero que conviene
tener en cuenta, puesto que lo que se pretende replantear en estas
páginas es la valoración de una de esas traducciones quevediana