Línea y color en Tenochtitlan. Escultura policromada y pintura mural en el recinto sagrado de la capital mexica

Abstract

Solemos imaginar al arte mexica como desprovisto de color. Sus esculturas conservadas en los museos de todo el mundo nos muestran por lo regular crudas superficies volcánicas, dominadas por los tonos grises, rosados o violáceos. Sólo en el mejor de los casos logramos adivinar en sus más recónditos intersticios algún destello cromático. De manera semejante, los contados edificios que han sido sacado a la luz de la siempre voraz Ciudad de México exhiben rostros lavados, llenos de grietas y avenjentados. No son más que los muy menguados sobrevivientes de una esplendorosa metrópoli insular, vejada primero por la guerra de Conquista, luego por la demolición sistemática y finalmente por siglos de enterramiento en un subsuelo anegado y eternamente víctima de las altas presiones, los hundimientos y los terremotos

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