Al contrario de lo que muchos creen, el retoque ha sido objeto de debate desde
prácticamente la invención de la fotografía. Los primeros fotógrafos ya retocaban sus
negativos con pintura y aerógrafo, pero también es cierto que en la actualidad, el avance
de las técnicas digitales ha hecho que hoy, prácticamente todas las imágenes que nos
llegan por los medios hayan sido “mejoradas” en mayor o menor medida por Photoshop.
Desde las primeras fotografías de monumentos de Louis Daguerre a los espacios vacíos de
Candida Höffer pasando por las fotografías del desaparecido París de Atget, que comenzó
a descentrar las lentes para corregir verticales, los collages políticos de Rodchenko o los
interiores de viviendas humildes norteamericanas de Walker Evans. La fotografía retrata la
arquitectura como algo más que simples espacios: son los escenarios de la vida humana.
¿Hasta qué punto es lícito retocar la fotografía de arquitectura? Es una pregunta abierta
que quizás nunca tendrá una respuesta clara, pero es cierto que se podría decir que los
fotógrafos de arquitectura actuuales están más cerca de los montajes de Henry Peach
Robinson que de la simple documentación gráfica. Los fotógrafos de arquitectura recurren
a técnicas compositivas que los acercan mucho al otros mundos del arte plástico, como la
pintura, donde “todo es retoque”. Hoy en día resulta más interesante entender la fotografía
como una herramienta más de la expresión arquitectónica, que unida al dibujo, los renders
y los collages se pone al servicio del arquitecto para narrar espacios en lugar de verla como
una especie de fotoperiodismo de catálogo que se limita a dejar constancia de lo que se
ha construido. Si la fotografía, para expresar una idea, necesita parecerse a la pintura, al
collage o al cine, ¿puede hacerlo aunque ello suponga faltar a la realidad