Pontificia Universidad Católica Argentina. Facultad de Filosofía y Letras
Abstract
Resumen: La cultura actual se desarrolla de modo preferente en el horizonte antropológico.
El hombre se interesa ante todo por sí mismo y por lo que dice relación a él. Es
una época de adolescencia cultural, de un cierto narcisismo. Esto tiene sus inconvenientes.
Las mayores dificultades le salen al paso al hombre cuando intenta trascender
ese mundo menor, salir de sí mismo, dar la caza al ser. La modernidad, una vez
que cree haber descubierto el «yo», se ha instalado en su propia tienda, y desde su interioridad
inmanente trata de hacer la «lectura» de los signos que observa en su contorno.
Por fortuna también la caverna del ser humano es un horizonte que se dilata en la
medida que se trata de recorrer. Ya lo advertía Heráclito en una de sus sentencias
que abren surco en la historia: «Camina, camina, por más que avances no llegarás
nunca a los confines del alma, ni agotarás todos los senderos; tan profundo es su
"lógos"»'. Esa apertura hacia el infinito desde la tienda del hombre la confirma Aristóteles
con su acertada descripción del alma quodammodo omnia2. El pensamiento
medieval recogió esta herencia y la completó desde las fuentes de la revelación, en las
que el hombre se presenta como la obra maestra de Dios en el mundo. Tomás de Aquino
interpreta el ser del hombre en el mundo como el lugar donde se dan cita todas
las perfecciones que la mano creadora ha derramado en el cosmos, como si el
hombre fuera el cauce donde convergen todos los afluentes, corporales, los espirituales,
para que desde sus manos, puedan retornar al mismo principio originario'