Es un cuento infantil que trata sobre la gratitud y la magia de compartir la lectura; se cuenta cómo el sábado es el día favorito de Luis porque va de visita a casa de su primo Fabián, quien es un gran contador de historias. Un día, Fabián sufre un accidente, lo que lleva a Luis a intentar devolver un poco de lo que su primo le dio

Spinoza, J. R.

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Repositorio Institucional de la Universidad Autónoma del Estado de México

Primera edición, julio 2022¿Qué quieres que te lea? J. R. SpinozaPrimer lugar del Noveno Concurso de Cuento Infantil Jesús Eduardo Solache Martínez  IlustraciónJavier de Jesús López CastañaresEditorUniversidad Autónoma del Estado de MéxicoAv. Instituto Literario 100 Ote.Toluca, Estado de México C. P. 50000Tel: (52) 722 481 1800http://www.uaemex.mx                      Esta obra está  sujeta  a  una licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Derivadas 4.0 Internacional. Los usuarios pueden descargar esta publicación y compartirla con otros, pero no están autorizados a modificar su contenido de ninguna manera ni a utilizarlo para fines comerciales. Disponible para su descarga en acceso abierto en: http://ri.uaemex.mx isbn: 978-607-633-502-4Hecho en MéxicoEl contenido de esta publicación es responsabilidad de las personas autoras.Director del equipo editorial: Jorge Eduardo Robles AlvarezCoordinación editorial: Ixchel Díaz PorrasGestión de diseño: Liliana Hernández VilchisCorrección de estilo: Silvia Martínez GarcíaDiseño y formación: Luis Alberto Maldonado BarrazaJ. R. SpinozaJesús Eduardo Solache Martínez  IlustraciónNoveno Concurso de Cuento Infantil del Centro de Actividades Culturales (CeAC)Director del Centro de Actividades CulturalesJavier de Jesús López CastañaresComité Organizador 2022Javier de Jesús López Castañares José Roberto Anaya López Mirna Guadalupe Ramírez LunaJesús Eduardo Garduño Espinosa Jurado del Noveno Concurso de Cuento Infantil Paloma Cuevas Ramos Andrea Fernanda Abonce PasillasYuritza Areli Medellín SánchezDirección de Publicaciones Universitarias Editorial de la Universidad Autónoma del Estado de México Doctor en Ciencias e Ingeniería Ambientales Carlos Eduardo Barrera DíazRectorDoctora en HumanidadesMaría de las Mercedes Portilla LujaSecretaria de Difusión CulturalDoctor en AdministraciónJorge Eduardo Robles AlvarezDirector de Publicaciones Universitarias76Su primo era seis años mayor que él. Estaba en sexto de primaria y sabía hacer muchas más cosas que él, era sorprendente. Podía meter goles de muy lejos y pararse de manos. Saltar la cuerda y alcanzar galletas de la alacena estirándose cuan largo era.El día favorito de Luis era el sábado. Un día que la gente prefiere para ir a la playa, o al parque, para salir de fiesta, y como dicen los mayores: para casarse. Pero a Luis no le gustaba el sábado por ninguna de estas razones, sino porque era el día que visitaba a Fabián.98Por eso los sábados, desde muy temprano, la mamá de Luis lo dejaba con la tía Estela, quien siempre lo recibía hecha una broma; su tía se parecía mucho a su madre, solo que usaba gafas y tenía el cabello gris. Les preparaba machaca con huevo y les servía un gran vaso de leche. Luego, Fabián y Luis veían caricaturas o jugaban a las damas inglesas o al ajedrez, aunque este último Luis apenas lo estaba aprendiendo y Fabián con paciencia le enseñaba, pero luego de unas jugadas Luis siempre olvidaba cómo mover el caballo. Por las tardes, los padres de ambos se reunían para convivir. El papá de Fabián encendía el asador, mientras que el padre de Luis compraba las cosas necesarias para hacer una carnita asada. La tía Estela sacaba la bocina y reproducía sus canciones favoritas. Luis y Fabián ayudaban a limpiar la mesa y las sillas. Fabián era el encargado de hacer la salsa en el molcajete, su mamá le dejaba las cosas listas en la barrita del comedor. A Luis le gustaba ver cómo se molían el tomate, el chile, la cebolla y, aunque la salsa le parecía deliciosa a la vista, había aprendido (por la mala) que era muy pequeño para probarla. 1110El cuento trataba de un muchacho al que le dejan como herencia un gato. Al principio el joven está triste porque al parecer sus hermanos recibieron mejor herencia, pero pronto descubre que el minino es muy inteligente, tanto como para hablar y andar erguido. Entonces, el gato le dice que le ayudará a casarse con la princesa si a cambio le consigue unas botas.—¿Qué quieres que te lea? —dijo mientras iba por su enorme libro ilustrado que usaba cada sábado y del que siempre salían más y más historias—. ¡Ya sé!, El Gato con Botas. Había una vez un molinero que tenía tres hijos…Los niños eran los primeros en cenar y también los primeros en levantarse de la mesa. Mientras los adultos tenían sus aburridas pláticas, Luis se acomodaba en el sofá de la sala, dispuesto a escuchar una entretenida historia. Esta era la parte favorita de su día favorito. Fabián le contaba historias. Era un gran narrador. Hacía diferentes voces, la del narrador, obviamente, que es parecida a la de los comerciales de televisión, pero también imitaba ancianitos, lobos feroces, osos, y hasta le salía una voz de niñita, como cuando le contó la historia de Ricitos de Oro.12 13A veces, durante las noches, Luis soñaba con las historias que le narraba Fabián; a veces dos o más cuentos se mezclaban y el Gato con Botas terminaba en un estanque prometiéndole al Patito Feo que lo haría un príncipe. Luis era muy feliz, sus padres lo amaban, sus tíos lo trataban muy bien y se divertía montones con Fabián, a quien quería y admiraba mucho. Un sábado todo eso cambió. Luis escuchó el cuento con gran emoción, porque mientras observaba las bellas ilustraciones del libro su primo hacía las voces de los personajes, la del gato, que sonaba como un maullido; la del ogro, que era atronadora; la voz que tendrían las nubes de tormenta si pudieran hablar. La parte favorita de Luis fue cuando el gato engaña al ogro y lo hace convertirse en ratón para comérselo.14 15Estaba alistándose para irse con su tía Estela cuando su mamá recibió una llamada, soltó un chillido y se tapó la boca, luego se encerró en su recámara un rato, cuando salió tenía los ojos hinchados. Le dijo a Luis que se subiera al auto. Él supo que pasaba algo extraño, su madre estaba distraída y le pareció que el camino era diferente. Se detuvieron afuera del trabajo de su papá.—Pero yo quiero ir a jugar con Fabián… Entonces sí que sintió la mirada de su mamá, una mirada que Luis conocía, significaba: este asunto no está en discusión.—Te quedarás hoy con papá, necesito que te portes bien —dijo su madre sin mirarlo a los ojos, concentrada en la pantalla del celular.16 17Su papá fue muy amable al principio, le compró unas galletas y un libro para colorear. Pero después se ocupó y no prestaba atención a los dibujos que su hijo quería mostrarle.—Papá está trabajando.—Pero hice el dibujo para ti.—…Luis se sentía como un fantasma. —Se supone que los sábados son divertidos —dijo Luis, y aunque lo dijo en voz alta, su padre continuó ignorándolo.Decidió que pintaría algunos dibujos para Fabián, él sí que los apreciaría. Fue el sábado más aburrido del que Luis tuviera memoria. Cuando salió de la oficina junto con su padre quedaba muy poca luz de sol. En el trayecto a casa terminó por oscurecer.—Escucha, hijo —dijo su papá al detenerse en un semáforo.Le miraba por el espejo retrovisor—. Fabián está enfermo.—¿Tiene calentura?—No.—¿Dolor de panza?—No es eso, escucha…—¿Varicela?—Ni varicela, ni fiebre, él está, está… dormido.—Pues hay que despertarlo, vamos a su casa y…—Luis, Luis, basta, déjame terminar. Es una clase de sueño del que no podemos despertarlo. Mamá ha estado en el hospital con tus tíos.18 19—¿Es una enfermedad donde duermes?—Sí, sí…—¿Y cuándo despertará?—Tal vez en unos días… pero nadie sabe.—¿Quizá nunca despierte?—Es una enfermedad grave, hijo.El semáforo se puso en verde. El hombre no se dio cuenta que su hijo comenzó a derramar lágrimas, un llanto quedó apenas percibido (al llegar a casa) por su madre, a la que no se le escapaba ningún detalle.Ella lo miró, el llanto de Luis se hizo más fuerte. Decidió abrazarlo.—¿Pues qué le dijiste, Norberto?—Le conté sobre Fabián, él no estaba… no estaba llorando.Su madre lo cargó y lo llevó a su habitación, le secó las lágrimas con una franela y le besó la frente.—Fabián se pondrá bien, ya le permitieron a tu tía llevárselo a la casa.20 21—Pero sigue dormido.—Sí.Ella le besó la frente y salió de la habitación.Luis pudo escuchar cómo sus padres discutían y le dio miedo, porque había escuchado que a veces los papás pelean y se separan.El siguiente sábado prometía mucho. Su mamá lo llevó nuevamente con la tía Estela. Está vez la casa se escuchaba muy silenciosa y tía Estela no sonreía. A decir verdad, Luis notó que se veía cinco o diez años mayor que la vez anterior.En lugar de almorzar machacado con huevo, la tía le ofreció un paquete de galletas, que tenían un sabor insípido. Luis tuvo que recordar las lecciones de modales que le dio su mamá: Nunca hagas malos comentarios de las comidas que te invitan. Se comió las galletas mientras veía las caricaturas, pero verlas sin Fabián no era lo mismo, tampoco los juegos de mesa eran divertidos cuando estas solo. Pronto descubrió que lo que más echaría de menos eran las historias. A la habitación de Fabián metieron un monitor que mostraba unas líneas en forma de pirámide. Una manguera delgadita iba a dar a su boca, otra a su mano izquierda y una última que la sábana cubría Luis estaba seguro que la tenía conectada al ombligo. Junto a la cama había una silla. Luis la movió, colocándola junto al librero. Se paró encima de ella y logró alcanzar el enorme libro ilustrado. Pesaba mucho y tuvo que usar toda su fuerza para bajarlo sin caerse de la silla. El libro le llegaba desde la cintura hasta la nariz y tenía que usar ambas manos para sostenerlo. Dejó el libro en una orilla de la cama y jaló la silla. Se sentó.22 23La tía Estela veía, a través de la puerta entreabierta, aquel acto de amor entre primos.No dijo nada, solo observó y escuchó. Su sobrino no se dio cuenta. Cuando Luis pudo terminar el cuento le dio un beso a su primo en la frente, como sus padres lo hacían con él cuando estaba enfermo. Colocó el libro de nuevo en el librero y salió de la habitación.—¿Qué quieres que te lea, primo? —Fabián siempre le hacía esa pregunta, aunque nunca dejaba que Luis la respondiera.Buscó la ilustración de el Gato con Botas y comenzó a contarle la historia. Sabía que no era tan buen cuentacuentos como su primo, él no sabía hacer las voces de los personajes, lo que es peor, ni siquiera sabía leer y en ocasiones se detenía en una página tratando de hacer memoria de lo que seguía en el relato.24 25La maestra puso mucha atención, sobre todo cuando llegó a la parte de que su primo no despertaba. Abrió sus ojos color miel y le miró con asombro mientras se llevaba una mano a la boca. Luego, con la mano en el corazón y con su voz de melodía le dijo lo siguiente:—Entonces…, ¿quieres aprender a leer para contarle historias a tu primo? Luis asintió.La maestra le acarició el cabello y depositó un beso en la frente de su alumno.—Hablaré con tu mamá a la salida.El siguiente sábado, Luis contó otra historia a su primo. Y el siguiente hizo lo mismo. Pronto se dio cuenta que las historias que recordaba se le estaban acabando. Después de pensarlo unos minutos, decidió que la solución era aprender a leer. Luis estaba en último año de kínder y la maestra Rosalinda les había dicho que hasta la primaria les enseñarían a leer; sin embargo, Luis pensó que si le contaba su problema a la maestra ella le ayudaría, después de todo, ella siempre les decía que es importante ser buenas personas y ayudar al que lo necesite.Luis le platicó de Fabián, de las fantásticas historias y de la enfermedad que lo tenía durmiendo. 26 27—Iré por las tardes a tu casa a enseñarte a leer, pero debes prometer que pondrás atención. —Sí, maestra.Luis le dedicó una sonrisa chimuela y la abrazó.Leer, como a la mayoría de los niños, le costó trabajo. Había unas letras fáciles, como la M, de mamá, la T, de Tito y la S, de sol. Pero otras eran complicadas, por ejemplo la G, era de gato, pero también de gelatina. Y cambiaba el sonido si estaba acompañada de la A, O, U, que de la E, I.Y luego estaba la R, que a veces era doble y a veces sonaba fuerte y otras quedito. Eso sin contar las sílabas trabadas.Sin embargo, Luis fue fiel a su promesa de poner toda la atención. Y cuando la maestra le dijo:Luis esperó afuera del salón a que la maestra Rosalinda terminara de hablar con su mamá.Las miraba hablar a través de la ventana, pero no podía escuchar lo que decían. Luis vio a su mamá llorar y a la maestra ofrecerle un pañuelo y colocar la mano en su hombro. Hablaron por uno o dos minutos más y luego la maestra levantó la cabeza y buscó con los ojos a Luis, como si ya supiera que el niño estaba espiando. A Luis no le sorprendió, a veces llegaba a pensar que la maestra Rosalinda tenía ojos en la espalda. Ella hizo una señal con su mano que significaba: Ven. El niño obedeció.28 29—¡Felicidades, ya eres un lector!Se puso a saltar de alegría y la maestra con él.Eso sucedió un viernes y por la noche casi no pudo dormir de la emoción que le causaba contarle una historia a su primo.—¿Qué quieres que te lea? —dijo mientras hojeaba orgulloso el enorme libro ilustrado.Detuvo su dedo en un dibujo que tenía muchos ratones. Leyó: —El flautista de Hamelín.Había una vez una pequeña ciudad al norte de Alemania, llamada Hamelín…La historia trataba de unas personas que eran tan sucias que tenían la ciudad infestada de roedores. Ofrecían cien monedas de oro a quien les ayudara a deshacerse de los ratones. Un día pasó por la ciudad un  flautista que aseguró podría hacerlo. Los ratones, hipnotizados por su música, salieron de la ciudad. Cuando fue a cobrar su merecida  recompensa, los ciudadanos se negaron a pagar. Eran personas sucias, mentirosas y egoístas. El flautista debió sentir pena por los niños que crecieran al lado de padres así, por ello, tocó su flauta  nuevamente y se los llevó.30 31Luis nunca se había puesto a reflexionar mucho sobre las historias, quizá el leerlas uno mismo hacía que se prestase mayor atención. Pasaron los días y los años. Para cuando Luis estaba en primer año de primaria ya había terminado de leer el enorme libro de ilustraciones. Durante una visita a la biblioteca de la escuela le preguntó a la maestra encargada qué libros le recomendaba leer. Le mencionó cuáles ya había leído y ella, después de pensarlo un momento, le entregó una pequeña torre de libros. 32 33Su primo se hizo más alto y comenzó a crecerle vello en la cara. La tía Estela trataba de tenerlo siempre rasurado. Luis también creció. Para cuando entró a sexto grado ya le había leído más de cien historias a su primo.Fue así como Luis semana tras semana leyó a su primo: El Principito, Alicia en el País de las Maravillas, El libro de la selva, Los viajes de Gulliver, Peter Pan y Wendy... En este último existía un lugar donde los niños nunca crecían. A Luis le hubiera gustado llevarse a Fabián a ese lugar. 34 35Notó cómo algunos libros que le habían gustado antes con el tiempo no le parecían tan geniales y cómo encontraba interesantes otras historias que antes juzgó de aburridas. Así, Luis le narró también: El Conde de Montecristo, La historia interminable, Drácula, Las aventuras de Sherlock Holmes y El señor de las moscas.Luis seguía creciendo y sus lecturas cambiaban… también cambiaba su cuerpo, su voz, sus gustos. Todo cambiaba, Fabián, Luis, sus padres, la tecnología, las lecturas, solo una cosa persistía… Luis continuaba leyendo a su primo hasta que ambos dejaron de ser niños, adolescentes, y se convirtieron en adultos.36 37Llegó el momento en que Luis tenía que ir a la universidad, la cual se encontraba muy lejos de la casa de su tía. El sábado antes de partir decidió realizar una última visita a su primo. Había cargado con libros una mochila para elegir qué leería, pero mientras seleccionaba su lectura se dio cuenta que la historia se quedaría inconclusa. Debía elegir algo corto, algo que pudiera terminar ese sábado. Se estiró para alcanzar el viejo libro ilustrado, que había perdido las pastas debido al uso. Le pareció pequeño entre sus manos. Recordaba las ilustraciones con más vida y color.38 39Luis levantó la vista, muy despacio, porque a las maravillas hay que tenerles respeto. Los ojos de Fabián se cruzaron con los suyos. Luis se arrodilló junto a la cama. Apretó su mano contra la sábana, como si necesitase tocarla para convencerse de la realidad de los hechos. —Hola, primo. Gracias por contarme historias.¿Qué quieres que te lea? —dijo mientras se detenía a contemplar las ilustraciones de su infancia,  suspirando en algunas páginas.—El Gato con Botas —fue apenas audible.J. R. Spinoza. Nació en Matamoros, Tamaulipas, en 1990. Becario del pecda Tamaulipas (emisión 23), en la categoría de Jóvenes Creadores (novela). Finalista en el Primer Concurso de Poesía Emergente Antonio Alatorre. Es columnista en las siguientes publicaciones: Tríada Primate, Periódico Poético y Delatripa. Narrativa y algo más. Publicó la novela juvenil Los deseos de Serena (Catarsis Literaria, 2021), así como los libros de literatura infantil Anakin en el mundo de Zorg, Ray Zordon y Parque Mitológico (Pathbooks Kids). Jesús Eduardo Solache Martínez (Edusolh). Nació en Toluca en 1996. Terminó sus estudios en la Facultad de Artes de la uaem en 2019. Es ilustrador, animador y dibujante desde que tiene memoria. El dibujo ha sido su principal forma de interacción con su entorno, el cual le ha permitido colaborar en eventos de su ciudad, estatales e internacionales. Su mayor interés es continuar aprendiendo y conectando con la creatividad de las personas, pues son de ellas de quienes ha adquirido las habilidades para seguir los pasos de sus maestros, compañeros, amigos y familiares.

¿Qué quieres que te lea?

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