En las últimas décadas el término estrés ha adquirido un protagonismo cada vez mayor en los ámbitos científicos y académicos y también, formando parte del vocabulario cotidiano. Actualmente el ser humano nace, crece y se desarrolla en sociedades que le han brindado cierto grado de confort en relación con épocas pasadas. No obstante, sigue rodeado de numerosas situaciones (reales o imaginarias) que provocan la activación de mecanismos que intentan ajustarlo a las diversas demandas que diariamente se le presentan. En algunas ocasiones, y mediante un gran esfuerzo tanto a nivel biológico como psicológico y social, los seres humanos logran adaptarse a estos requerimientos e incluso salir fortalecidos de ellos. Sin embargo, en otros momentos, este esfuerzo es tan intenso y/o tan prolongado que sobreviene un fracaso adaptativo. Entre estos dos polos se ubican los conceptos de estrés y distrés, constituyéndose en innegables objetos de estudio de la Psicología debido a la impronta que ambos tienen sobre los procesos de salud y enfermedad, y,
principalmente, porque esta disciplina cuenta con las herramientas para modificar o modular gran parte de las variables que, de modo directo o indirecto, generan las respuestas de estrés