El trabajo interpela la construcción simbólica de Roma y la romanidad como factores de afirmación del poder del fascismo, especialmente luego de proclamarse la creación del Imperio en 1936. Dentro de ese marco, se indaga el papel jugado por la ciencia al legitimar la directa correlación de aquel universo simbólico con una praxis que exaltaba la superioridad racial atribuida a los herederos de una Roma milenaria. Se buscan así las articulaciones que presenta el discurso eugénico con el ejercicio del poder, al sostener científicamente una «biología política» en la que estaba inmerso el racismo fascista. Roma era la esencia de un Imperio que renacía después de quince siglos y entre su legado histórico y los nuevos escenarios creados por el fascismo para disciplinar la población, se tramaban las valencias de una romanidad que condensaba todas las virtudes de la raza. Esta última noción demostraría ser capaz de impulsar conquistas militares y a la vez suscitar una responsabilidad en la custodia de su estipe, instando a evitar «mestizajes indeseados» con los pueblos conquistados. Luego también propiciaría la prolongación de persecuciones a judíos iniciadas en Alemania. La ciencia participaba así de una extendida idea de hacer de la romanización, una cruzada en pos de imponer una fuerza sobrevalorada por fundamentaciones raciales que integraban la confianza depositada en el factor ambiental a un crudo determinismo biológico.Dossier: Defensa social y ciudad moderna: estrategias de la cienciaFacultad de Humanidades y Ciencias de la EducaciónConsejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnica