Abrir la puerta del garaje mirando a una cámara, mover la talanquera asomando un código QR o autorizar un pago mediante el registro de la mirada en una pantalla son acciones cada vez más rutinarias, aunque hasta hace poco hacían parte del mundo de la fantasía. Y se han vuelto comunes, como muchas otras, porque la inteligencia artificial de manera silenciosa ha permeado todos los aspectos de la cotidianidad y se ha metido hasta en nuestro cerebro para mirar su relación con las emociones
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