Hablar del diario pedagógico o de campo es pensar en ese ejercicio de escritura que permite al docente registrar las experiencias en el aula que permean su ser y hacer docente, las mismas que le permiten escribir su historia y dar un sentido a su práctica: la escritura hace posible recrear las vivencias del aula, así como analizar las prácticas y redimensionarlas. Así lo afirma Fernando Vásquez (2008): “la escritura es garantía para el análisis, posibilidad para trascender fronteras, yunque potente para acabar de pensar”. La escritura debe ser, entonces, la herramienta que permita al docente pensar y repensar su labor, y le dé la posibilidad de comprender lo que está realizando y otorgarle sentido; le ayuda a evaluarse, analizar su práctica y tener claridad frente a sus aciertos y desaciertos, por lo que el diario de campo se relaciona de forma directa con la sistematización de experiencias transformables (Tobón y Núñez, 2005)