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Paranoia y amistad.
De todos los excluidos de la amistad, probablemente sea el paranoico si no el más célebre sà el más constante e impenetrable. Condenado a un exilio feroz de la philÃa, representa como nadie al hombre doctrinario y sin piedad, al fracasado en la virtud. Sin embargo, pese a su torvo y áspero nombre, no es a la fuerza un malvado. También él, antes que nada, es una vÃctima, un reo de la cadena de amigos que de padres a hijos constituye la humanidad; y entre los penados es uno de los más desvalidos y huérfanos
Juegos psicóticos.
Escribir vagamente sobre el psicótico, tal es el tentador propósito de lo que sigue. De modo aforÃstico, a resguardo de textos sapienciales y distante de la avidez bibliográfica de los reyes de Pérgamo, que dicen fue legendaria. El tratamiento del psicótico gravita en el trato con el técnico, y son las vicisitudes de esta relación el objeto de estudio. Lidiar la psicosis es participar en los juegos psicóticos, en su esencia antinómica y paradójica; hacer juego es la faena del terapeuta: dejarse ver
Del amor y otras psicosis.
Sin resumen
Con Burton: tristeza voluntaria e involuntaria.
Probablemente, cuando los historiadores del futuro analicen nuestro trato actual con la melancolÃa, tendrán ante sà una incómoda investigación. Pues sospecho que, al situarnos en el foco de su perspectiva para enjuiciar con atención la experiencia vivida y las ideas que hoy nos incumben sobre la tristeza, indagando su conexión retrospectiva con tiempos precedentes, tropezarán con una dificultad curiosa. Por un lado, comentarán nuestro ridÃculo y mendaz trato con lo triste; el vivo rechazo con que, del mismo modo que en otros tiempos pero hoy con apariencias distintas, nos esforzamos por alejarnos de la aflicción y el desconsuelo bajo el fácil pretexto de que semejantes emociones, como si se tratara de un postizo incongruente, permanecen al margen de nuestra voluntad y decisión. Quien sabe, incluso, si no fecharán por ese motivo, alrededor de nuestro más o menos amplio presente, un periodo histórico nuevo. Una época, por lo tanto, en la que la intolerancia hacia lo triste se alinee con esa corriente secular que, periódicamente, a lo largo de los siglos, ha forjado en la vida de los hombres un talante contrario a la melancolÃa: bien sea durante el optimismo estoico, el temor medieval, el laberinto barroco, el libertinaje ilustrado y ahora, en consonancia con aquellos momentos precedentes, ante el desprecio con que el concepto de lo depresivo rehúsa la subjetivación del dolor y cree que, de ese modo, nos exonera de toda responsabilidad ante la tristeza
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